Y así.

Soy afortunada. El covid no me ha afectado de manera preocupante. Ni a mí ni a mi familia o amigos. Por la parte médica, todo en orden.

Por la parte emocional la cosa marcha con calma. Ayer hablaba con varias personas sobre el lado bueno de esta situación. Con sus excepciones (como viajar) y todos los matices que se me ocurren, a mí no me importaría vivir así. Que lo mismo es que me he acostumbrado o tengo algún síndrome raruno post confinamiento. Que todo puede ser. 

Esto lo pienso ahora, que mi vida ha recuperado un poco de pulso. Cuando empezó todo esto tomé la decisión de quedarme sola en casa. Tenía que ir todos los días a trabajar, mi grado de exposición al virus era enorme y no me molaba llegar a casa con la posibilidad de estar contagiando a los hijos. Decidimos que, dadas las circunstancias, pasarían por esto en la casa del padre, donde estarían seguros y mejor (la casa es más grande y cómoda para ellos). He dudado mucho sobre la decisión de alejarles de mí, pero creo que ha sido la correcta. De alguna manera les he puesto a salvo, que es lo que hacemos las madres, ¿no?

Lo que iba a ser cosa de quince días se convirtió en dos meses de soledad. Por cierto, me parece increíble que hayan pasado dos meses. Al principio trabajaba con regularidad, luego me redujeron el horario a 4 horas al día, después llegaron los quince días de no salir y después la reducción de la jornada presencial a 12 horas a la semana. 

He aprovechado todo el tiempo de más para estudiar. En qué alegre hora me matriculé en la universidad. Me ha dado la vida. Si no hubiera sido por las rutinas de estudio creo que hubiera enloquecido. Más. He intentado levantarme a la misma hora todos los días (fuera despertadores y madrugones innecesarios, of course) y organizar mi tiempo de una manera parecida incluyendo muchos ratos al sol en la terraza. El sol me pone de buen humor. He bailado, pero he descubierto que después de bailar me entra una tristeza enorme así que ahora bailo con cautela. He salido a comprar en contadas ocasiones y siempre aprovechando desplazamientos al trabajo.

Lo que os quiero contar es que he estado sola enloqueciendo por momentos y que ahora que todo va recobrando su ritmo me encanta estar con mis hijos, pasear (voy a intentar  mantener la rutina de estos paseos diarios que me dan la vida), tomar el sol y bailar. Estudiar y retomar las lecturas. He tenido tiempo para pensar, para planificar, para tomar decisiones. Pero también me he desesperado, he llorado, me he sentido fatal de sola y sin sentido. Como todos, me he montado en la montaña rusa de la primavera 2020 y aquí sigo dando vueltas. Con mis arribas y mis abajos. Con la incertidumbre infinita que produce no saber a dónde vamos, la preocupación por lo que pueda venir y la alegría de haber recuperado los días con mis dos personas favoritas. 

Y poco más por aquí. Las doce y media. Hora de salir a la terraza con un libro a disfrutar del sol (hoy sí) y de este impuesto dolce far niente con el que llenamos los días del covid time.

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