los paseos y los días

El paseo de esta mañana ha sido bastante productivo. Pasear me aclara las ideas. Me ayuda a ordenar prioridades y objetivos. Y eso, que el de esta mañana ha cumplido expectativas. Pero no creáis que todo es pasear y producir, también me distraigo con otras cosas como la mierda esta de no saber adelgazar. Vale que he estado dos meses haciendo la croqueta. Vale que (aunque he intentado NO) he comido un pelín de azúcar de más, vale, y de hidratos si queréis, PERO llevo desde que se puede hacer -que ya son unos días- andando como si no hubiera un mañana y no hay manera.

Del paseo de hoy me quedo, además, con el recuerdo de este sapo. Graciosísimo. Se ha quedado quietoparado en modo si-no-me-muevo-no-me-ve, así, como disimulando, hasta que me he ido. Al mirar hacia atrás saltaba hacia la maleza con la fuerza de los mares.

Mira que son repugnantes los pobres sapos. He intentado recordar la última vez que había visto uno y creo que fue en casa de mis abuelos, cuando era bien pequeña. Aunque quiero recordar que bajando el cuestón que ahora subo cada día -twice- una vez salvé a otro de un atropello certero. Es más, creo que incluso lo conté aquí. Tendría que buscarlo, pero estoy más segura según lo voy pensando. Y sin andar.

Total, que después del sapo he vuelto a pensar en lo del otro día de la naturaleza y Nueva York y al llegar a casa -yo qué sé, esas casualidades de la vida- he recibido esta imagen de mi edificio preferidísimo. Me encanta salir con el sol a pasear por el campo y los atardeceres de paseo ya son rutina diaria. Tengo que empezar a cambiar el recorrido porque yo soy muy de dejarme llevar, pero la verdad es que cada día repito el mismo. Voy a hacer marca personal, se ve. El caso es que el campo mola mil. Ni os imagináis cómo olía esta mañana (anoche llovió), pero tengo ganas de ciudades. 

Tengo ganísimas de viajar. 

Y de la ciencia ficción de adelgazar 10 kilos.

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