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Mostrando entradas de septiembre, 2020

al mal tiempo, volteretas

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Una de las cosas que más echo de menos es viajar. Me encanta planificar viajes y me encanta también la vertiente espontánea de salir de casa de aventuras.  Hoy he visto esta foto de mí hace unos años en Grecia y, ostras, qué ganazas tengo de volver allí. También os digo que a Grecia, a Italia y a Estados Unidos porsupuestísimamente, y a lo que salga. Entre las ideas que barajaba antes del parón pandémico iban cobrando fuerza las islas Mauricio y Reunión y Perú. Ahora, por cosas de la vida y del trabajo, también me apetecen Ecuador y Cuba. Y Canadá. Y volver a Escocia. Y a todos los mares y a Rumanía y a Menorca y a Córcega. Con suerte, aunque me temo que tampoco va a poder ser (ya tuve que decir goodbye a Menorca tan ricamente), tengo cositas cercanas en formato reserva-done. No sé si habéis oído hablar de Recópolis. Si la vida no lo impide, en una semanita estaré por allí, de yacimientos (que no me puede encantar más). Y así voy sorteando la frustración esta de no poder llevar a cabo

Una tarde en el museo

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Ayer tuve la suertísima de asistir a una conferencia/presentación de libro en el Museo Arqueológico. Y digo suertísima por tres razones: - fui acompañando a una amiga, sin tener del todo claro qué me iba a encontrar (aquí es donde aplaudo de lleno el factor suerte) - aluciné con la ponente, Alicia Vallina, y ahora quiero que seamos mejores amigas - el tema del libro y la confe me resultaron interesantísimos Del primer punto diré poco, fue un plan divino dejarme llevar por el entusiasmo museístico de mi amiga. De no ser por ella es altísimamente probable que no hubiera asistido a la presentación, y lo que me hubiera perdido, oye. Del segundo os contaré algo más. Alicia Vallina es maravilla pura. No os podéis imaginar qué entusiasmo y qué manera de transmitir sus conocimientos. Para que os hagáis una idea yo entraba a trabajar a las ocho y tenía planeado salir a menos cuarto. Acabé retrasando la salida media hora, y me fui con toda la pena del mundo, porque no podía retrasarlo más. Qué g

setadas

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Confieso que soy bastante seta. Normalmente no soy consciente, pero a veces -como hoy- inmortalizo una setada y pienso ostras, Luci, mira que eres poco sociable . La de hoy ha sido legendaria. Iba a echar gasolina y según iba entrando en la gasolinera he visto a un exompañero de trabajo con el que he convivido laboralmente durante 10 años o más. Y además, me llevo bien con él, nada de compañero-pero-meh. El caso es que según le he visto he pensado puf qué pereza y he pasado de largo en busca de otra gasolinera como si saliera de un pitlane, que me río de las arrancadas de los todos los fernandos alonsos del planeta. Todo esto pensando Lucía, tía, eres lo peor,  porque no solo me hubiera costado cero patatero acercarme y hablar cinco minutos con él, sino que me habría encantado, la verdad. Los setas somos así de espontáneos. Y me río por no llorar, eh, que luego viene lo de pasarme las tardes mirando la lluvia por la ventana. Me alucinan estos (mis) arrebatos antisociales. Creo que mi p

coser y cantar

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Ya venía contando que en los últimos meses tengo disparada la creatividad. Estoy enganchada a mi máquina de coser y a las tiendas de telas.  Resulta que he descubierto un mundo de colores, pero de colores de verdad y me paso los ratos tontos juntando telas. Me resulta divertidísimo y -ya adelanto- CERO relajante. Escucho a gente decir que es terapéutico, que es como meditar y ¿qué os cuento? para mí, aún siendo meravella , es cansado y bastante estresante muchas veces. Hay bolsas que se me han atascado infinito y que he terminado porque soy máster del universo en tozudez, no por ganas (ganas tenía, pero de hacer jirones el proyecto y tirarlo por la ventana). También puede ser un entrenamiento en paciencia, de la que yo debo acumular poca, quién sabe.  De hacer estas cosas me gusta: imaginarlo comprar telas, aunque aquí tengo que ir con lista y cuidado porque una tienda de telas es el paraíso. No he salido nunca sin más cosas de las que tenía previsto comprar. Me gusta todo. O casi todo

lluvia de ranas

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Hace unos días di un paseo con el mayor de mis sobrinos, que aún siendo el mayor es peque y hablando de todo un poco y de anfibios en particular le conté una cosa que me ocurrió viviendo en Inglaterra ¿en 1999? Podría ser. O antes, a lo mejor. Es algo que había borrado de mi mente a pesar de ser sorprendentísimo y del shock que me produjo (más o menos borrado, porque recuerdo habérselo contado también a mi chavalada) y el otro día me hizo pensar un enorme OSTRAS-que-esto-me-pasó-a-mí. Qué lejano todo en el tiempo.  Cuántas vidas. El título de la entrada no deja lugar a dudas. Me llovieron ranas. Miles de ranas. Recuerdo un cielo negrísimo de tormenta inminente, salir de la casa corriendo y meterme en el coche, arrancar, avanzar 200 metros y empezar a ver caer ranas y ranas y ranas. Asombroso. No me lo creería si no me hubiera pasado a mí. Los coches seguían en marcha, muy despacio, claro, y yo seguí también pensando en que inevitablemente iba atropellando a las ranitas. Recuerdo el sue