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Mostrando entradas de agosto, 2011

ver, saber, sentir

Este post lo pensé al hilo de un regalo y una frase. El regalo es el catálogo de la exposición de Antonio López y la frase se resume en léelo y así si vamos me lo puedes contar. Hay cosas que no puedo contar o que no cuento, salvo que me de un ataque de marilistilla, que a veces pasa. No puedo poner palabras a muchas cosas, a muchas más de las que me gustaría. No puedo poner palabras a la belleza. No puedo poner palabras a las cosas que me emocionan. No puedo contar las cosas que siento cuando algo me hace respirar más rápido o me corta la respiración. Saber importa. Saber me gusta y a veces compartir lo que se sabe resulta entrañable, pero me tiene que salir de repente. Tengo ganas de ir a la exposición, de pasearla, de ver y de sentir. Ya veremos si me sale contar o me ocurre eso de no poder.

vacaciones en el mar (II)

Ayer fue divertido y cansado, así que hoy nos voy a regalar un estupendo día de no hacer nada. Dentro de un rato, con calma, bajaremos a la playa. Yo me sentaré en la arena y alternaré mi mirada del libro al mar y del cielo a los pins, que seguro que se lo pasan fenomenal haciendo ¡betadine! (se me ha ocurrido hablarles del mar y el yodo...). Después comer y más después pasear. He descubierto una frondosa senda fluvial muy cerquita de aquí y me apetece dar un paseíto tranquilo. Mola mil no tener nada que hacer. Cuando volvamos más vueltas por el pueblecito, más mar, más sin prisas y un poco -un poquito- de planear los picos de europa de mañana. Estoy leyendo, estoy pensando (aunque no es algo que me venga especialmente bien, la verdad), me estoy bañando en el mar, estoy bailando, a veces me enfado -cosas de la maternidad- estoy escribiendo cosas chulas en la arena, no estoy durmiendo especialmente bien, pero no todo iba a ser ideal... Lo bueno es que compenso la falta de sueño en

vacaciones en el mar (I) - descansar

Descansar y eso tan sobado de cambiar de aires son los objetivos principales de esta huída al norte. También la lluvia, el cielo de nubes, el monte verde, el olor y el mar. Ahora, mientras escribo, llueve gris y los pins duermen. La lluvia y su respiración. Dos sonidos perfectos. Descansar -decía- y cambiar de aires. El segundo objetivo se cumple irremediablemente. Ya lo he contado. Este norte al que me he ido no tiene nada -pero nada- que ver con el centro que dejé. Las cinco horas en coche que los separan son una buena forma de vivir el cambio. Viajar del amarillo al verde, del calor sofocante a quitar el aire acondicionado, de sólo querer cantar a gritos a callar sobrecogida por la inmensidad de las montañas. Y llegar y bañarme en el mar. Y flotar mirando al cielo y olvidar todo menos a los pins, que llegan corriendo y salpican y mamáaaaaaaaaaaa M me ha tirado arena a los ojos buaaaaaa es que C es una mandona y sólo quiere mandaaaaaaaarmeeeeeeeeee. El objetivo uno -ya

un poco de yo

Hoy he pasado un día terrible y no se me ocurre mejor ejercicio para dejarlo atrás que escribir. Escribir tiene un algo terapéutico que ayuda a soportar la vida cuando la vida resulta insoportable. Por supuesto no voy a entrar en las causas del dolor, porque el dolor es privado, pero sí me apetece compartir este sentimiento tan triste. Nunca lo hago. Nunca comparto penas. Puedo estar muriéndome de dolor y contar -incluso con gracia- algo tan aséptico como que estoy en la cocina haciendo de las mías. Esto tiene un lado malo, que es sentirse solo, porque si a la pena le unimos el sentimiento de soledad absoluta... entonces la pena se multiplica por tres. Lado bueno seguro que tiene. Todo lo que ocurre en la vida tiene algo de bueno, aunque sólo sea que ayude a crecer. Así que aquí me tenéis, en plenos efectos colaterales de una encrucijada o de andar haciendo equilibrios sobre una cuerda o de no saber qué va a pasar mañana o de eso tan terrible que es querer y no poder. Casi

hoy

no.