we are humans

MADREMÍAYER.

Durante el paseo me abalancé sobre un amigo y con la emoción del reencuentro le planté un besaco en la mejilla izquierda que todavía está resonando. Todo esto ante la estupefacción de los circundantes. Qué cagadón. Es que ni me di cuenta, oyes, hasta que su mujer me dijo un no-se-pueden-dar-besos que me catapultó al mundo de los cero molones y aquí ando, flotando aún en esta singravedad a la que me ha llevado mi espontaneidad. 

Me siento fatal, tú. Pero fatal fatalísimo. Todos estos días de desinfecciones casi quirúrgicas, los dos meses sin ver a mis hijos por si acaso, la soledad infinita, la locura de estos días, los arribas y abajos... todo por la borda en un segundo de emoción vecinal. 

¿La enseñanza que saco? Que fuera de casa, da igual las circunstancias, mascarilla. Mascarilla como recordatorio necesario de que estamos en una situación excepcional. 

Que el solete no nos confunda. Que sentirnos bien (y sabernos bien) no nos confunda. Que no me vuelva a pasar esta locura de abrazar y de tocar. 

Qué lástima, ¿no? pero qué necesario por ahora. Qué increíble es esta situación y qué mal se me da ir en contra de mi naturaleza. Tampoco debería fustigarme tanto, la verdad. Es la primera (y única, ya os lo digo) vez que me pasa y aunque me doy mucha pereza no puedo volver atrás y pasar otra vez por su lado con una leve inclinación de cabeza en modo de reconocimiento y entusiasmo por el reencuentro. Ojalá pudiera, pero ayer no vuelve. Para lo que venga, ya con mascarilla. 

Y esto es lo que hay, chavalada. Cuidaos y ojo con la espontaneidad. Mola cero patatero y os hace sentir remal.

L.

Comentarios

Molando voy

Las buenas acciones y sus consecuencias

hablar

frases de pared