casas que molan y casas que nada

Esta mañana he salido a pasear. Era temprano y afortunadamente había poca gente por la calle. Con afortunadamente no quiero destacar mi carácter seta, más bien me refiero a la felicidad de no cruzarme con el todomadrid que suele venirse al campo los fines de semana, sobre todo cuando hay solete. Pero bueno, que seta también soy.

Total, que he vuelto a recorrer el camino habitual de las mañanas de los paseos comunales, que ya no son comunales pero creo que han llegado a mí para quedarse. Y en ese camino paso por casas espectaculares, tan espectaculares que están protegidas como patrimonio molón de la Comunidad de Madrid. Las casas siempre han estado ahí, no es que las haya visto yo hoy. De hecho, hace unos años vivía en alguna de ellas una cantante de ópera (creo que era en esta primera que veis) y al pasar por las tardes de verano, además de la maravilla de ver la casa, se escuchaba algún aria que daban ganas de pasar el rato sentada en la acera de enfrente, viendo, escuchando y aplaudiendo muy fuerte a la vida.

De todas las casas pichis hay una que me tiene enamorada a niveles siderales del tipo quiero hacerme mejor amiga de los dueños y pasar allí una tarde de lluvia, chimenea y té (o cien) o una velada de verano (o cien), me da igual que me da lo mismo. Sé que hace poco le hice varias fotos, pero NO SOY CAPAZ DE ENCONTRARLAS. No sé, no sé dónde se han metido, pero creo que voy a tardar menos en subir y hacer otra foto que en seguir con el intento de dar con ella. Lo mío con la tecnología nunca dejará de ser una relación tormentosa. Así os lo cuento. En fin, haré otra foto y os la dejaré por aquí, en un comentario. Ya veréis que es una casa de cuento, pero de cuento de los hermanos Grimm. Muchísimo más especial que estas dos de piedra que veis aquí, aunque del mismo estilo.

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Hace muchos años esta subida tuvo que ser mágica, con estas casas de piedra, forjados espectaculares y contraventanas de madera labrada salpicando el paisaje por aquí y por allí. Las casas molonas (creo que en el pueblo se las conoce como casas de Rocamora) y alrededor el río, los árboles y el paisaje de la Pedriza. Ahora la subida resulta rara y tirando a meh, porque al salpicado de casas de cuento se le han añadido un pelotón de casas feas que qué pena el cero control urbanístico que hubo en este pueblo en los sesentasetenta. Qué digo pena, penísima.

Podría vivir en un cuento, de verdad. Si solo hubieran cuidado un poquito la construcción este pueblo sería mágico. Pero no lo hicieron y es lo que hay y lo que hay me ha ocupado la mente esta mañana en la que he salido a pasear para no perder esta buena costumbre, he pasado por las casas molonas, tralará, y a la vuelta de un recodo me he encontrado de frente con este drama de ladrillo, cementazo y cristal biselado doble que no puede ser más deprimente en el entorno en el que está (y en cualquier otro, para qué nos vamos a engañar). Y como esta casafea otras cuantas que me catapultan en un nanosegundo a cualquier barrio de la periferia de Madrid. Es que no puede ser menos acorde con el entorno. Que le den el Goya de las casas feas, por favor.

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Además de las casas molonas y las casas MAL hay ocho o nueve casitas que me tienen bastante intrigada por su tamaño. No desentonan especialmente con las primeras porque son muy pequeñas (por su tamaño no sobresalen en el camino) y además también son de piedra. O eso creo. A estas no puedo verlas bien ni hacerles fotos sin trepar a la verja y, entre nosotros, esto ya me parece juvenil, innecesario y bochornoso por mí y por todos mis compañeros. Me llaman la atención porque parecen microcasas y no entiendo muy bien cómo pueden ser por dentro. Aquí también quiero entrar, pero menos a tomar el té que a fisgar.

En resumen: quiero entrar a merendar en mi casa favorita, quiero un reconocimiento al horror para el ladrillón del recodo y quiero fisgar en una de las microcasas.

Y con esto ya estaría.


L.

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