lágrimas de cocodrilo

La semana pasada me saqué el cinturón negro de lágrima fácil. Se me emborronaron los ojos por todo o todo lo que pasó fue lo suficientemente intenso como para lo de los ojos y las lágrimas.

Lloré de emoción el martes, sin ir más lejos, cuando volvía en el coche del centro de discapacitados en el que colaboré como voluntaria, echando una mano con cosas de yoga. Al llegar al aula donde nos esperaban se me organizó un nudo fenomenal en el estómago, de esos que tardamos en deshacer. Me hice la fuerte y me enganché a Elena, una mujer con síndrome de down enganchada a su vez a un teléfono de juguete, a la que acompañé durante toda la clase. La acompañé, nos abrazamos, hicimos travesuras, hicimos un guerrero es-pec-ta-cu-lar, me puse al teléfono para hablar con su amigo Sergio, del pueblo, y un montón de cosas más. La semana que viene vuelvo, con muchas más ganas, si cabe.

También me tocó llorar de dolor. Más nudo, más nervios, muchas ganas de salir corriendo y oh oh, ya no puedo, que estoy sentada retorciéndome las manos en la silla del dentista. Un par de muelas que sacar y un tratamiento que iniciar. Lo del tratamiento duele por las pelas que no tengo, lo de las muelas duele porque duele, porque aunque no duela es un mal rollo fenomenal.

La verdad es que el dentista lo que es él, genial. El mal rato fue cortito y el post-sin-muela bastante llevadero. Vuelvo esta semana a por la otra y al rollazo máximo de las encías que me tengo que cuidar. Perezas de los cuarenta.

Y como no hay dos sin tres, además de la emoción y el dolor, hubo ataque de risa histérica que me llevó a las lágrimas en un caos personal de no saber si lloras o ríes, si vienes o casi mejor te vas. Y es que lloré muy fuerte de risa boba el jueves ante la petición de C de que le cosiera un disfraz de carnaval. A ella, y a su amiga E. Yo que me había prometido que este año facilito, que me había organizado un carnaval sin tensiones que hilvanar, que me reía ufana de las pobres otras madres menos previsoras... Yo, la más listísima del reino de las costureras, caí en el fango de un par de disfraces de minions o como se escriba, que me da igual.

Y así más o menos fue todo. Con un par más de agobios personales, con un par más de buenos momentos. Y siempre con un par de lagrimillas preparadas, listas, ya.

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