los cuarenta
Llegan los cuarenta con sabor a pasta
con calabacines y gambas. Llegan los cuarenta y estoy vestida con una
falda verde larga y una camiseta negra. Llegan con dos hijos en sus
respectivas decenas y con un gato de tres. Llegan con un trabajo
diferente que se termina oh oh el año que viene.
Llegan con mis padres y mis hermanos,
con dos cuñados y un sobri, con una abuela, tres tíos con sus
consortes y mis dos primas. Se quedaron en el camino tres abuelos y
medio (ay, la tía A) y una tía. Y otras personas a las que también
quería, claro.
Igual pasa con los amigos. Unos siguen
a la vista y otros desaparecieron. Pero al fin y al cabo soy lo que
he vivido y todos los que me han acompañado me conforman llegando a
esta edad tan redonda.
Llegan los cuarenta y soy una mujer
fuerte y muy cabezona y con una pizca monumental de mala leche. Me
gusta la naturaleza, me gusta leer, me gusta el mar y me gusta
viajar. Me gusta mucho la música. Van Morrison, el jazz, Satie.
Tengo la sensación de que hablo por los codos.
Me gusta bailar y me gusta nadar,
aunque me rodea un áura de pereza deportiva formidable. También me
gusta andar descalza y lo hago siempre que tengo ocasión. Y dormir,
mmm..., me encanta dormir. Y los faros. Y el silencio.
Llegan los cuarenta con la cocina bien
surtida de tés y bien vacía de carnes. Con varios países en la
retina y otros muchos más en el cuaderno de propósitos.
Llegan con el master de autoestima
debajo del brazo. Por fin me creo lo súper que soy, que es algo que
me ha tenido atareada hasta hace bien poco.
Llegan con los montones de cosas que me
han pasado, buenas y también malas. El otro día leí el blog de una
activista medioambiental americana, parece ser que muy famosa en la
década de los noventa, que cumplió cuarenta el pasado mes de
febrero. Escribió una entrada tan tan tan... no triste -lo mismo
melancólica- sobre su llegada al planeta del 4 que me dejó días
pensando en que efectivamente yo tampoco soy lo que a los veinte
imaginé que sería.
Pero esto es lo que hay y no tiene
sentido martirizarse por lo que pudo haber sido.
Llegan mis cuarenta con bonitos
proyectos futuros personales. Y con un cuaderno nuevo. Las dos cosas
muy en blanco y yo con ganas de ir llenándolas de vida y letras,
respectivamente.
Llegan con una salud buena y con un
aspecto bueno también, a pesar de los kilos de más. Esos que me
tienen tan atareada últimamente y nada.
Llegan con olor a lavanda y a limón.
Llegan y me encuentran tranquila. En
casa. Con las ideas claras y la intención de seguir haciéndolo todo
a mi manera. Seguiré improvisando, como hasta ahora, que a fin de
cuentas no me ha ido tan mal, y disfrutaré de lo que la vida me vaya
poniendo en el camino. De lo bueno y de lo malo. Con buen humor y
ganas de llegar a los cien.
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