9 de noviembre

Cuando era pequeña me flipaba el nombre de Almudena. Me sigue gustando, la verdad, aunque ahora ya no me lo cambiaría (llegué a fantasear con ello). Y esto porque hoy es la Almudena y después de cinco años vuelvo a disfrutar de un nueve de noviembre casero. Ahora, en un rato, saldré para llevar a Julio a escalada. Podría decir que no me queda más remedio, pero la realidad es que es algo que me sigue encantando hacer, aunque ya no sea un niño.

Salir de casa está sobrevalorado. Salir para ir a trabajar es hez. Madrugar para ir a trabajar es el infierno. Lo mío con las madrugadas es visceral. Odio visceral. Negación visceral. Mierda visceral. Madrugar es mal y salir para pasar ocho horas absurdas fuera de casa un castigo.

El despertador me quita años de vida cada mañana a las seis. Debería ser ilegal despertarse a las seis. No le puede hacer bien a nadie ponerse en marcha antes que el sol. El despertador, la ducha de a ver si me espabilo, vestirme y salir de casa corriendo para no perder el autobús. Madrugar y correr. Mis días no pueden empezar peor. 

Luego el autobús, yo lo llamo colectivo. Es más ajustado a la realidad. Un contenedor de fantasmas que se sientan y dormitan mientras son trasladados de ciudad en ciudad. Ser mayor era esto. 

Ser mayor es un timo.

Bajo del colectivo un par de paradas antes del final. De esta manera camino todos los días veinte minutos y, sobre todo, escapo del metro. Me siento mejor si no uso el metro. Me siento mejor cada mañana viendo amanecer en mi paseo. Intento andar despacio. Disfrutar del cielo, de los árboles, del sinuoso recorrido del camino. A veces me cruzo con compañeros del turno de noche. Nos saludamos con la mirada. Nos basta. A esas horas no hay nada que añadir. Ralentizo mis pasos al acercarme a la fábrica, como si sirviera de algo. Como si pudiera evitar las ocho horas que me quedan por delante, el cansancio infinito, el dolor en las manos por el frío, la monotonía del trabajo mecánico, el olor de la planta. Ralentizo mis pasos como si pudiera evitar la vida que me ha tocado.

Pero no se puede y giro el torno y entro y me cubro la cabeza y me pongo en mi línea y paso mis ocho horas en la planta de envasado de ajos. Y pienso: salir de casa pa esto.

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