16 de enero por aquí
Ayer estuve en Madrid y me quedé absolutamente sorprendida por la magnitud de los efectos de la nevada en las calles. Lo que más me llamó la atención, sin duda, fue la grandísima cantidad de árboles caídos y ramas tronchadas. Qué sensación de desolación me produjo ver las calles llenas (cuando escribo llenas quiero decir exactamente eso: llenas) de ramas, troncos, y árboles caídos. Más allá de la nieve (aún) en el asfalto, de los metros acumulados en las aceras, de la fealdad del hielo negro acumulado por todas partes, de la grandísima cantidad de bolsas de basura adornando cada esquina; más allá de la sensación general de catástrofe, los árboles tronchados me produjeron una tremenda sensación de pesar. Puede que sea por la certeza de que en pocos días todo volverá a su ser, menos los árboles. La verdad es que me pregunto por qué habrá pasado algo así. Bueno, el porqué es evidente, entendedme, el peso de la nieve y blablabá. Lo que me pregunto es si los árboles eran viejos, ...