cosas pequeñas
Puesta a contar nimiedades, ayer me tomé un colacao calentito. Y me emocioné. Veréis, el martes resultó largo. Los días que acaban en pleno suelen pasar factura y llego a casa con la cabeza en mode cork.
Para ser sincera, el cambio de rutina del previo al pleno –generalmente comida con compis, ayer yoga- atenuó en parte la sensación martesde48horas. Además, el adorable momento de entrar en casa, encender la luz tenue, sentir a gato entre mis pasos y enchufarme a Sarah Vaughan me concilió en parte con la noche y el afilado frío del paseo.
Aún así, (i) andaba con pocas fuerzas mentales y (ii) no me apetecía cenar, pero en una de mis vueltas por la cocina pensé en la conveniencia de tomar algo caliente que reconfortara –sobre todo- mis manos de noche de noviembre. Y pensé en leche –que es puaj- por lo que acabé buscando el colacao.
Y la nimiedad fue ese primer sorbo, que me transportó a aquella época en la que fui mini. Mi miniyo que tomaba colacaos calentitos para desayunar, o en las tardes tormentosas de final de verano.
Y ahí me quedé, en la cocina, asombrada por la precisión de los recuerdos del colacao.
Poco después empecé a dirigir mis movimientos evocadores y lentos hacia el momento perfecto de taparme –cabeza included- con el edredón. Me acosté con una sonrisa y una serenidad inesperada.
No tardé en quedarme frita.
…
Esta mañana he vuelto a la realidad con un caming en toda regla, lo que además confirma el efecto sedante del maravilloso calientamanos que me preparé.
Para ser sincera, el cambio de rutina del previo al pleno –generalmente comida con compis, ayer yoga- atenuó en parte la sensación martesde48horas. Además, el adorable momento de entrar en casa, encender la luz tenue, sentir a gato entre mis pasos y enchufarme a Sarah Vaughan me concilió en parte con la noche y el afilado frío del paseo.
Aún así, (i) andaba con pocas fuerzas mentales y (ii) no me apetecía cenar, pero en una de mis vueltas por la cocina pensé en la conveniencia de tomar algo caliente que reconfortara –sobre todo- mis manos de noche de noviembre. Y pensé en leche –que es puaj- por lo que acabé buscando el colacao.
Y la nimiedad fue ese primer sorbo, que me transportó a aquella época en la que fui mini. Mi miniyo que tomaba colacaos calentitos para desayunar, o en las tardes tormentosas de final de verano.
Y ahí me quedé, en la cocina, asombrada por la precisión de los recuerdos del colacao.
Poco después empecé a dirigir mis movimientos evocadores y lentos hacia el momento perfecto de taparme –cabeza included- con el edredón. Me acosté con una sonrisa y una serenidad inesperada.
No tardé en quedarme frita.
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Esta mañana he vuelto a la realidad con un caming en toda regla, lo que además confirma el efecto sedante del maravilloso calientamanos que me preparé.
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