1, 2 y 3 yo me calmaré

La inspiración... ese elemento tan curioso en la vida de quien escribe. Va y viene en función de todo. En este caso se ha ido, para lágrimas de todos aquellos que os habéis quedado sin leer una de las experiencias más hilarantes de mis últimas vidas. En resumen y sin gracia -por esa musa que nadaporaquínadaporallá- hoy hemos entrado en casa por la ventana. Los pins y la madre -no sé si pobres- que tienen.

Un espectáculo digno del mismísimo azcona.

Me entristece haber dejado escapar el momento de contarlo, pero las obligaciones maternales pueden con todo y -entre nosotros- después de preparar la comidita, discutir hasta la extenuación, abandonar a los pins, llenarme el vestido de yogur, recoger la comidita, limpiar la cocinita y discutir hasta la extenuación (esto lo había escrito antes, lo sé, pero es que he repetido)... después de todo eso, cuando por fin me siento, lo de la ventana -además de que parece que ha pasado hace un mes- ya no tiene ni puta gracia.

Ahora me he transformado en rotenmeyer. C a mi dereha, haciendo ejercicios de matemáticas y M a mi izquierda escribiendo el barco zarpa a las nueve. O sea, C a mi derecha mirando al techo (en qué estará pensando) y M a mi izquierda columpiándose en la silla.

Definitivamente, alguien se tenía que ocupar de confeccionar un manual con soluciones cariñosas para estas situaciones en las que es tan fácil convertirse en la peor madre posible. No es que esté echándo espuma por la boca (de momento), pero ahora no soy ni mucho menos lo que en el mundo feliz de las madres chulis se considera guay.

Así que me voy a tumbar al sol.

Que tengo mucho en qué pensar.

Y más que leer.

A ver cuánto dura el plan.

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