Me he encontrado un teléfono fenomenal, de esos que funcionan con un lapicerito y llevan incorporada una cámara de fotos para que el señor K levante la cabeza. De naturaleza amable, yo, he hurgado hasta dar con el número de la casa del propietario/a y le he llamado. El teléfono era de Sil, pero en casa estaba Gordi que en un pispas se ha calzado las botas de siete leguas para aparecer en mi puerta al más puro estilo canadiense, sobre-embufandado y eso. Todo glam, gordi. Desde que hablé con él hasta que finalmente nos conocimos (“voy de rojo”, le he dicho, “y llevo flores en el pelo”, eso no pero por poco) han pasado unos minutos en los que he evolucionado desde la curiosidad hasta la “literatura” -para que nos entendamos- y en ella me he quedado tras el fugaz encuentro, pensando en las alternativas de futuro más interesantes para Sil y Gordi, y -por qué no- para una primera persona, más o menos yo. En la línea catastrofista de mi último lustro, lo que más me va es que Sil se deshaga de...
Para no ser de mucho hablar, en los últimos tiempos vivo en un sinparar. Hablo de mi vida, hablo de mis penas, cuento lo que no leo, hablo a multitudes, hablo bajito, hablo sin querer y hablo sola, como mi abuela. Hablo por hablar -reconozco que esto es muy ocasional- y hablo porque me sienta bien. Me siento bien. He descubierto que hablar, que contar, que airear las cosas de por ahí dentro es reconfortante. He descubierto que además hasta hay quien me escucha con interés. Pero ahora estoy empezando a tener frío, así que abandono mis blablablas para ponerme mi nueva y calentita sudadera, muy de mi color y -entre nosotros- adquirida por usucapión.
Hace unos años leí una pintada en una parada de autobús que me pareció formidable. Decía que ser mayor es un timo y pensé hacer de esa frase el lema de mi vida –muy peter pan, lo sé. También pensé hacerme un par de camisetas fucsias con el lemita, pero la emoción duró hasta que llegué a la oficina y por extensión al mundo de los marrones, que es a lo que jugamos desde que alcanzamos eso a lo que llaman madurez. Cuántas veces me he preguntado ¿qué demonios haces? jugando a mamás con niños de verdad, a comiditas con fuego o a reuniones con señores encorbatados de carne y hueso y cinco minutos para pellejo. Me recuerdo hace un año, más o menos, en un hotel en Londres mirando a los pins dormiditos y pensando qué increíble que se sientan tan seguros , darles –tan llena de inseguridades y tan infantil como cuando tenía siete- tanta seguridad como para dormir a pierna suelta mientras yo… de noche en vela mañana que no se me olvide el dinero, ¿y si no me funciona la tarjeta? ¿y si perdemos el...
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