Maldición

No me ha dado tiempo. La tía se ha adelantado más de lo esperado. Yo echaba dos o tres años más, justo los que me faltan para escribir mi historia. Muchos lo sabéis, muchos no, pero yo lo cuento, que si no me altero.

Todo esto de tirarme a la piscina de letras comenzó una mañana de sábado en un arrebatado ataque de ira. La causa: ella. Aparecía sonriente y monísima en babelia, de la mano de su primeranovelacasualmentefenomenal. Estaba igualita. El pelo más corto. Pura coherencia. Me lancé al opencor de guardia y me hice con el ¿librín?, con la terrible necesidad de confirmar ese si-bueno-es-leible-o-sea.

Contra todo pronóstico me enganchó. Contra todo pronóstico porque de casa al opencor se puso en marcha el mecanismo de la envidia cochina, que en la tienda me nubló definitivamente la vista y -creo- el entendimiento.

Pero lo compré. Lo leí. Me gustó. Me encantó. Lo regalé. Lo recomendé. Y decidí -claro- que escribir tenía que ser parecido a coser y cantar. Así que me puse a ello y hasta aquí he llegado.

O sea.

Hasta aquí.

La cosa es que ayer, muy a lo mío con los libros y esas cosas, recibí un correo. Que ya ha escrito otro. Ay. Que sale a la venta el 7 de abril. Reay.

Se llama Mercedes Castro. Ella no lo sabe, pero leer su primera novela fue el detonante que me hizo saltar disparada de eso tan sinsal de escribir para uno mismo a la aventura de hacerlo para los demás, en lo que me gustaría decir que estoy, pero es que no.

En los próximos días iré dando más pistas... de momento quedaros con su nombre.

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