yo con dolor de cabeza

Anoche no dormí especialmente bien y esta mañana he tenido un dolor de cabeza formidable. A la vista de que no iba a poder avanzar mucho desde el punto de vista -digamos- intelectual, he aprovechado este viernes para poner un poco de orden en el barullo de espacio en el que trabajo.

Y ahí, mientras me dedicaba a una limpieza de papeles sin precedentes, me he descubierto mirando pensativa esa lámina que podéis ver al lado de la ventana de la foto de al lado. 

Es una lámina que reproduce un cuadro maravilloso de Kandinsky. De hecho, si alguna vez me preguntaran por mis cuadros preferidos éste sin duda estaría en mi respuesta.

El cuadro luce feliz en el Thyssen. Se llama Johannisstrasse, Murnau y reproduce -pues eso- una calle tranquila de un pueblito alemán. Me encantan los colores del cuadro y me encanta la imagen y las miles de historias que pueden salir de él cada vez que se mira con calma.

Gustándome tanto, compré la lámina... pffff ni recuerdo cuándo, pero hace más de veinte años fijo. Y si voy al grano, lo que pensaba cuando me he descubierto ensimismada mirándola es en objetos -como la lámina enmarcada- que voy llevando conmigo invariablemente de casa en casa, de vida en vida, de año en año. Son objetos de los que no creo que me desprenda nunca. 

En la penúltima mudanza, la que me catapultó a esta vida de soltera que luzco ahora con tanta alegría, dejé detrás de mí prácticamente todo. Empecé la nueva vida con muy poquitas cosas. Las justas. Las que necesito cerca porque al final son un poco yo o yo un poco ellas.

Tengo un mueblecín pequeño de aspecto hindú con tres minicajoncitos, algunos libros de los que no puedo prescindir, mi lámina de Kandinsky, mi caja de anillos enormes, unos platos blancos con rayas azules que quise durante tanto tiempo que necesariamente están y así, entre nosotros, poca cosa más.

A este montón tan mini he añadido en los últimos tiempos alguna cosa estupenda como mi nueva esterilla de yoga y -sobre todo- su funda preciosa.

Es alucinante cómo han aumentado mis posesiones en estos últimos cuatro años. De la nada con la que empecé a salir adelante hasta este hogar en el que de repente tengo que empezar a valorar un mercadillo de objetos de segunda mano pero que ya.

Porque prácticamente todo es prescindible. Y me chifla que sea así. Pero -volviendo al ensimismamiento matutino- también me gustan estas pocas y pequeñas cosas de las que no puedoquiero desprenderme.

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