las semanas y mis cosas (XI)

Estoy pasando un verano muy tranquilo. Una vez resueltos los primeros días tan llenos de playa y ya en Madrid, he aprovechado para sentirme afortunada por ser una madre muy feliz de unos hijos maravillosos.

Nos han pasado cosas como feriear, dormir hasta perder el día, bañarnos, hablar, comer y malcomer, enfadarnos (C y sus impertinencias adolescentes), ir juntos al trabajo, lloriquear, leer, hacernos fotos, pasear, que a M le saquen un diente carioca, dormir juntos, amigos… Todo con la pereza feliz de un agosto caluroso y lento.

Además de la felicidad de mis hijos, he sentido la felicidad de dar carpetazo a mi futuro laboral, que es algo a lo que he dado vueltas –muchas- durante los últimos meses. Me gusta lo que hago, pero definitivamente no me compensa. Un día, cuando me despoje de responsabilidades, escribiré (aún no sé en qué formato) un buen montón de historias, pensamientos y sentimientos –mucha impotencia, adelanto- de los que he metido en la mochila a lo largo de estos años.

Ahora, enfrente, incertidumbre y la tensión del futuro en blanco, pero un enorme sosiego mental que se traduce en paz y fuerzas que vuelven.

También me siento contenta con una decisión de última hora. Me he puesto en marcha para formarme como profesora de yoga. Un reto de 3 años que me ilusiona millones. Siempre he sentido inclinaciones alternativas y nunca hasta ahora he tenido la posibilidad de materializarlas. Nunca es tarde para empezar de nuevo. Y por cierto, que también pienso retomar en breve las clases de flauta travesera que nunca debí abandonar.

Qué bien me está sentando 2014.

Como no todo va a ser paz, sonrisas y armonía, este verano también me ha traído el desasosiego de esa línea delgada que separa el acantilado del precipicio. Un día un compañero me animaba a unirme a él para empezar el fin de semana de cervezas fresquitas en una terracita y dos después –aun lo estoy digiriendo- le daban de dos a cuatro meses de vida. Cosas como ésta resultan tan increíbles que a veces una no sabe qué es real y qué un mal sueño.




El verano me ha regalado –me está regalando- muchas horas de paz, de lectura. Noches en vela sentada en la butaca del patio mirando las estrellas. Muchos abrazos y vida compartida con mis pins. Serenidad. Una tormenta y sueños.

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