Eloísa Zulueta

Ya son dos las veces que un espejo involuntario me devuelve la remilgada imagen de Eloísa Zulueta. No sé si os he hablado ya de ella. Era bastante mojigata, le gustaba decirse pía, y siempre me sorprendió su insistencia por cubrirse los tobillos con unas faldas feas de corte monjil que le cosía una abuela desalmada.

Las demás habíamos alcanzado la edad de enseñar las piernas, una edad a la que según descubrí más tarde ella no llegó nunca. Tampoco pareció importarle. No en vano, llegó a emparentar con los Soto de la Muela a través de un católico matrimonio con Luis Gonzaga, el más recto de los hermanos y eso, me temo, echó por tierra cualquier sentimiento extraño de faldas y no piernas.

Tras muchos años sin vernos, coincidimos una tarde en el ascensor de un hospital. Ella mayor, madre numerosa de un montón de fotos rubias, con oros colgando de aquí y allá, el pelo tipo de la clase media que quiere ser alta y voz de muchos sueños olvidados por el camino. Yo estaba mona, la verdad, como siempre, madre de mis gitanillos, vital, ya sabéis que no aparento ni de coña la edad que tengo (aaiiinnnssss). Ella con su traje de chaqueta y piedras y yo en chanclas (totalmente a la moda, pero en chanclas). Imposible pensar que un día tuvimos la misma edad.

No he vuelto a verla desde entonces, salvo en esos dos reflejos casuales que me han contado (sssshhhhhh) que tampoco para mí el tiempo pasa en balde.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Lucía, chica, a veces (muchas) te sales en lo que escribes. Y los años, cierto que no los aparentas. Gracias

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