Me he encontrado un teléfono fenomenal, de esos que funcionan con un lapicerito y llevan incorporada una cámara de fotos para que el señor K levante la cabeza. De naturaleza amable, yo, he hurgado hasta dar con el número de la casa del propietario/a y le he llamado. El teléfono era de Sil, pero en casa estaba Gordi que en un pispas se ha calzado las botas de siete leguas para aparecer en mi puerta al más puro estilo canadiense, sobre-embufandado y eso. Todo glam, gordi. Desde que hablé con él hasta que finalmente nos conocimos (“voy de rojo”, le he dicho, “y llevo flores en el pelo”, eso no pero por poco) han pasado unos minutos en los que he evolucionado desde la curiosidad hasta la “literatura” -para que nos entendamos- y en ella me he quedado tras el fugaz encuentro, pensando en las alternativas de futuro más interesantes para Sil y Gordi, y -por qué no- para una primera persona, más o menos yo. En la línea catastrofista de mi último lustro, lo que más me va es que Sil se deshaga de...
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