Los días blancos de invierno me producen una pereza monumental. Tener que salir no ya de casa... de la cama, tener que salir, decía, a mañanas grises, como sucias, con ese montón de vida latente, escondida, helada, pffff, se me hace muy cuesta arriba. Una vez fuera, en la calle, superada la prueba (obligación) de cerrar la puerta a lo que hubiera sido un día de invierno perfecto si no hubiéramos tenido que abrirla, con las manos en los bolsillos, la capucha bien puesta, el andar rápido y la nariz roja la cosa ya no tiene remedio, así que vamos a disfrutar. Y lo intento, y lo consigo hasta que una mirada hacia la izquierda me devuelve al frío blanco de fuera, a las cigüeñas quietas. A esa nada fea en la que no me gusta estar. Y pienso que tengo que volver a tirarme de cabeza en el blanco de hoy y me enredo en otra espiral de pereza y dejo de mirar a la izquierda y me centro en el montón de cosas que ahora mismo son mi obligación y a veces me distraigo en el montón de c...