algunas cosas buenas
He pasado el fin de semana en Alicante. Exactamente entre Cocentaina y Muro de Alcoi. He viajado hasta allí por motivos laborales y aunque la idea de un viaje ajeno siempre parece estimulante, en este caso llegué a casa el domingo por la noche muy cansada y muy, muy, muy (el domingo) triste por haber estado a quince minutos del mar y no haber tenido tiempo ni para acercarme a verlo. Afortunadamente, esto es algo (ver el mar y si puedo -ay- bañarme) que solucionaré no tardando mucho.
El regreso, ya digo, fue cansado y la entrada en la semana bastante angustiosa. Un lunes laboral de 9:00h a 22:00h no es la mejor perspectiva cuando el fin de semana no se ha descansado nada, así que el despertar de hoy -que es lo que vengo a contar- ha resultado superideal, oyes.
He abierto los ojos a las 7:30h y me he quedado un ratito en la cama, leyendo. Más tarde he desayunado en modo domingo: té, tostadas, libro y concierto 21 de Mozart. El ratito del desayuno ha sido maravilloso. Qué paz. La luz del sol, que con cada minuto entraba con más ganas, y sus colores alegrando mi salón, el calorcito del té en la mano derecha y el ritmo mozartiano jugando con la izquierda, el libro que me está gustando, Miau y sus ronroneos...
Estaba ahí, con todas estas cosas, sin darme cuenta, y de repente -zas- he sido consciente de todo y me he sentido muy, muy, muy (ahora) afortunada. Y, también, he pensado que me apetecía escribir sobre ello, para que no se me olvide que todos lo días pasan cosas buenas.
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