el espejo y la nocilla

Hoy he llevado a C a una tienda a la que quería ir, y como era de esperar hemos acabado en los probadores. No voy a contar lo de ir a buscarla a las dos y media y comer pitando un sandwich en el coche para llegar antes de las marabuntas, porque no es el tema, pero es lo que he hecho por esa angustia extraña que me generan las multitudes.

El rollo que os cuento hoy ha empezado en los probadores. Ella en uno, con sus montones de ropa. Yo en el de enfrente, sentada y resoplando y os-tras, si en este espejo me veo de espaldas. Y si me miro aquí me sale el perfil malo. ¿Y si me doy la vuelta?

Todo el tiempo que han durado los cambios de ropa de C lo he invertido en mirarme al espejo desde todos los ángulos posibles para concluir -una vez más- que mi imagen real no tiene nada que ver con la mental. Yo me imagino monísima; perfecta en mi imperfección, que tengo una imagen pichi pero no mentirosilla.

En la realidad me gusto menos que en mi imaginación. La realidad me enseña mucho más los panes con nocilla. La imaginación se centra más en las carreritas y el body tonic.

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