cosas

Ayer decidí desmayarme un rato en la farmacia, así que les pedí que me pusieran un par de funcionales pendientes grises. Funcionales porque son feos de narices. Estoy deseando que pasen los quince días de sellado de agujero para comprarme un par chulo.

Quién me iba a decir a mí (y a lucimami) -después de la tabarra que dí a los nueve para que me hiceran los malditos-agujeros-de-una-vez- que con el paso de los años, el desinterés absoluto por los zarcillos iba a cerrarme las orejas al brillo de un adorno.

Y en esas divagaciones extrañas debía andar mi mente convulsa el domingo por la mañana en plena meditación, que volví al yo y ahora con la idea fija de retomar los pendientes y el Retiro, las dos cosas. Lo de los pendientes, dicho y hecho. Lo de pasear por el Retiro, a ver si un día de estos -aún de otoño- y a ser posible por la mañana.
Además de toda esta verborrea tan mundana, últimamente estoy muy entusiasmada con las clases de aprender a enseñar yoga. El fin de semana pasado disfruté -contra todo pronóstico- de una jornada maratoniana y francamente interesante de anatomía. También filosofamos un buen rato sobre Jung y la psicología transpersonal. Todo muy enriquecedor y -a veces- divertido.

Es curioso cómo poco a poco vamos llegando a nuestros caminos. Cómo vamos materializando ideas, proyectos, esencias que siempre han estado ahí, dentro de nuestras cabezas o corazones, según. Me da pena no haber llegado antes, pero me consuelo pensando que todo ocurre cuando tiene que ocurrir y que lo que me ha dejado en esta senda tenía que pasar para que yo llegara.

Todo muy denso. También muy ilusionante.

De lecturas estoy parada. Debería contar las últimas, me parece que desde septiembre. Hay unas cuantas y creo recordar que nada especial. A ver si encuentro un momento (largo) para sentarme y ponerme a ello. Parece una tontería, pero lleva su tiempo: Primero reviso la lista de los leídos, para no dejarme ninguno, que mi memoria de pez para las cosas que no me interesan es legendaria. Después busco los libros en cuestión. Los (h)ojeo y los recuerdo (ya digo que si no me llama la atención el olvido se disfraza de flash) y por último me siento a contarlos.

Al perder la periodicidad del trabajo que esto supone, la pereza de hacerlo aumenta a niveles siderales. Sentarme a revisar algo que leí cuando el sol aún quemaba, se me antoja un mundo. Si al mundo le sumo el otro mundo que es mi vida, con sus agobios máximos y sus momentos de profunda pereza, el resultado no puede ser más desalentador. Vida que gira feliz en su vaivén es libros que dejan de contarse o locasvanidades -en general- muy en stand by. 

Pero como todos los días tienen sus momentos y todas las personas nuestras inclinaciones naturales, acabo volviendo feliz a contar que ayer decidí desmayarme un rato en la farmacia.

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