Pues eso

Soy poco consumista de natural, con una sola excepción (dos, si contamos lo del chocolate): los libros. Puedo vivir sin ropa mona, con unas botas de montaña, sin conjuntos ideales para dormir, sin televisión, sin ir al cine, sin palomitas, con lo puesto, con internet. Mira ves, lo de internet no lo dejaría... pero entrar en una librería y perder el sentido es la clásica relación causa efecto de la que no prescindo.

Y -no me sale otra cosa- apoyo el pequeño comercio. Las librerías pequeñas me fascinan. Pasear entre los libros sin la estridente música de fondo o las luces cegadoras y los maxicarteles de la gran superficie y sin esas marabuntas... ¿por qué hay tanta gente en todos los sitios?

Frecuento dos o tres librerías y me encanta entrar y ver al librero y que me diga -como hoy- hola Lucía, qué rápido has venido, si en el mensaje te decía que (…). En el mensaje te decía. El librero, mi librero, me deja mensajes. Me avisa cuando cree que un libro me puede interesar, me regala (y guarda con esmero) las revistas más curiosas, se ha leido casi toda la tienda, me cuida más que muchas personas que conozco y mucho, mucho más que la señorita del centro comercial “Umbral- con-h-¿noescierto?”

No, no es cierto y ya si eso déjelo.

He estado comprando libros (muchos, otra vez) y al salir de la librería he pensado en esa cosa tan extravagante del consumo responsable, de la que cada vez soy más fan. ¿Es la insatisfacción la que nos lanza en masa a pasar el fin de semana en el centro comercial? ¿Es que tenemos tan poca personalidad que sólo nos creemos fenomenales con la teletienda en casa? ¿de verdad necesitamos los ocho días del loro?

Ahí lo dejo, en plan sin plan. Y ahora a escribir. Tengo que sacar un relato, cuento, narración, lo que sea sobre el maltrato psicológico. Me he dado cuenta de que tengo el tema atascado en alguna parte del cerebelo y hasta que no acabe con él no voy a poder dedicarme al humor inglés, que es lo que de verdad me pide el cuerpo.

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