Empiezo por el membrillo, ya que lo tengo ahí cociendo desesperado en la olla de los caníbales. Aún no sabe que se va a convertir (yo tengo dudas, lo confieso) en un delicado dulce del que disfrutaré durante siglos, porque no lo sabéis, pero el jueves me regalaron 15 kilos de membrillo. QUINCE. Menos mal que venían con instrucciones. - Muchas gracias, qué amable. - Nada, nada mujer. Que los disfrutes, eso es lo que importa. Cerró feliz Conchi la puerta, con la evidente intención de olvidar que me dejaba sola, a unos cuantos escalones de la entrada de casa, con diez toneladas de malditos membrillos que -creo- se estaban riendo de mí (pobres, si hubieran intuido lo de la cazuela...). El jueves no pensé mucho en ellos. Bastante tuve con recuperar los higadillos, perjudicadísimos después de la subidaperurena. El viernes ya sí. Ocupaban media cocina, tal vez por eso tomé la decisión de cocerlos, cosa que dejé para ayer. Toda la tarde y cuatro ollas (una mía y tres prestadas) me llevó. Pero ...