pura magia


 Me enteré de que se abría una nueva librería en Madrid e inmediatamente sentí el impulso de visitarla. No porque fuera una librería (que ya es un motivo en sí), no porque fuera pequeña (sin despreciar a las grandes superficies, lo que se vive en una librería pequeña es bien especial), no por las imágenes que vi de ella... Lo que me impulsó a buscarla fue su nombre: amapolas en octubre, tan maravillosamente atractivo como para plantarme allí el sábado.

Estaba enseñando Madrid, mi ciudad, a tres amigas (una de aquí, otra de Italia y otra de Suiza) y -aunque no era el día porque teníamos planes por encima de nuestras posibilidades- bajando por Fuencarral pensé, qué demonios, y las engatusé para que me acompañaran va-a-ser-un-segundito a la calle Pelayo. Tenía tantas ganas de conocer la librería que estando tan cerca no me pude contener.

Entramos y aún no sé qué me provocó un grandísimo ataque de locuacidad. Yo creo que sentí el lugar acogedor de inmediato. 

Amapolas en octubre es casa. 



Nada más abrir la puerta nos recibió Laura, la persona que escribió la librería primero y luego la puso en marcha. Y es que -lo que leéis- amapolas en octubre está escrita y tuve la suertísima de llevarme un ejemplar de la novela que la creó. En una nota para mí misma me cuento que ahora tengo que volver para fijarme bien en todos los detalles: la máquina de escribir, la butaca azul o los cuadros de escritores en las paredes. Me encanta haber vivido este contrario de conocer la librería primero y leerla después.

Volviendo al sábado, la vida me regaló en esta librería un momento mágico. Además de sentirme feliz, de comprarme un ejemplar de Amapolas en octubre, de que Laura me lo dedicara preciosísimamente, de comprarme un libro por recomendación de Paola, de hacernos fotos, de que Laura sea tan detallista como para poner exlibris en los ejemplares que salen de su librería o de envolverlos como lo que son: regalos; además de esto hubo dos cosas que me enamoraron infinito.

La primera, las cartas. Soy una Don Quijote contra los molinos que son los correos electrónicos (*) y he encontrado un lugar en el que se valora esta costumbre tanto como para colocar un rincón con recado de escribir y un buzón y como para que se envíen las cartas que los clientes escriben. ¿No es maravilloso?

La segunda, los faros. Me enamoran los faros. Llevaba una mochila con un faro y una chica que había en la librería se fijó en ella y me dijo que pintaba acuarelas de faros. ¿Os imagináis? Recuerdo el ratito que pasamos allí como un paseo por las nubes. Todo resultó mágico. Y asombroso.

Tenéis que ir. Tenéis que conocer a Laura.

Está en el número 60 de la calle Pelayo.

Es fantástica.



(*) Precisamente el sábado, unas horas antes de llegar a la librería me encontré con unas personas a las que les había escrito una carta. Fijaos en la tristeza de lo que me dijeron al verme... ¡Hola, Lucía! Bueno, nos encantó tu carta, no te imaginas la ilusión que nos hizo, pero no encontramos tu número de teléfono móvil y no te pudimos contestar. 

En la carta había escrito el remite, claro.

Comentarios

Laura Riñón Sirera ha dicho que…
Gracias por tu visita y por dedicar unas palabras tan bonitas a mis Amapolas... Allí te esperamos. Con tu faro.

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