todo llega...

... hasta el mar.

Si tuviera oportunidad colocaría aquí unas manitas aplaudiendo muy fuerte porque sí, sí, sí este fin de semana me he dado un bañito en la concha.

El viajecín del fin de semana que acabamos de pasar era -por fin- ocioso. Un grupo de amigos (ocho, nada menos) hemos ido a pasar el fin de semana a San Sebastián. Aunque el objetivo era gastroenológico, no he dejado la oportunidad de plantar mis pies en la arena y -aprovechando la alegría del sol de otoño- darme un chapuzón (cabeza included) que hubiera sido más largo si una ola no hubiera alcanzado mis solitarias pertenencias.

Como lo leéis, de los ocho viajantes fui la única en pisar la playa.

He disfrutado mogollón. Primero de la lluvia que (por fin, bendita lluvia) nos acompañó durante gran parte del camino de ida. Segundo de mis compañeros de viaje. Nos hemos reído mucho y hemos superjugado a Martin dice, un juego de dados que me tengo que comprar pero que ya. Tercero, del cumplido objetivo gastroenológico de antes. Qué riquísimo todo, madre. Cuarto, pero no por último menos importante, del paseo por la playa y el bañito en el mar. Tampoco estuvo ni mal la pasadita a Francia, que saldé con queso y mermelada para llegar al invierno sin problemas de abastecimiento.

Pero a lo que voy, ¿Cómo me puede gustar tantísimo el mar?

Cada mar que veo tengo más claro que tengo que hacerme el regalo de trasladarme a vivir a algún pueblito costero.

Pero de eso ya hablaremos otro día. De momento corto y cierro, que tengo que prepararme para la clase de dentro de una rato.

Agur.

L.

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