pegapegos

Yo me muevo según el viento -como muchos, supongo- y uno racheado del norte me ha devuelto hace un rato a lo que estaba haciendo en abril. Yoga, fundamentalmente.

Dos meses sin apenísimas dedicar unos minutos a tantas cosas, que ahora se me amontonan encima de la vida. Pero la alegría es que me he levantado, me he sacudido las hojas que se me habían quedado prendidas en la falda, me he adecentado el pelo con las manos y lista para abrir el armario y vamos a ver qué tenemos por aquí.

Camiseta fucsia, pantalones ¿pantalones, con este calor?, pantalones descartados. Un incienso por aquí, una musiquita relajada y relajante por allí. Mi esterilla bonita, mi zafú adorable, tan hecho ya a mi peso y forma. Un poco de padmasana y vamos a por ello.

Todo en orden hasta ese final -se me ha ido la concentración a la estratosfera- en el que me he puesto a dar vueltas al rollo de los apegos.

Nos apegamos a los trabajos, a las personas, a las rutinas, a los lugares en los que vivimos, a los lugares a los que vamos de vacaciones, a los recuerdos, a las cosas (ay, mi trastero), a los amigos, a las costumbres, a lo que pensamos que somos, a nuestras ideas, a nuestros sentimientos. Somos imanes para el apego. Pegamentos de apegos. Pegapegos. Somos pegapegos.

¿Y qué hacemos con esas mochilas de apegos que tanto nos gustan? Las llevamos de aquí para allá. Cada vez con más peso, cada vez más incómodas. Pero las llevamos como si nos fuéramos a desequilibrar y a caer sin ellas en la espalda. Las llevamos como jorobas. Y ostras, que cuando soltamos lastre resulta que no nos caemos, sino que nos liberamos. 

Los apegos nos roban la libertad. Nos impiden movernos. Nos paralizan. No nos dejan avanzar. Y eso es mal. 

Es mal y sin embargo nos cuesta desprendernos de todo. ¿Por qué será? Trabajos que no nos satisfacen, relaciones personales que no nos aportan sonrisas, cosas materiales que no apreciamos, que incluso nos estorban. Montones de historias que nos sobran, pero de las que no nos desprendemos aunque sabemos -porque alguna vez tímidamente damos un pasito en la buena dirección (o nos lo dan)- la paz interior y la sensación maravillosa que nos recorre cuando dejamos ir las cosas que no nos gustan.

Y así me tenéis, de dudas existenciales, pasando la tarde entre estas cosas que pienso, el calor, que voy a ponerme a escribir un cuentín para un concurso pero que ya no me da tiempo, porque salgo a cenar con una amiga y tengo que desmayarme en la ducha y así.

...

Dejo hoy de escribir con el propósito de hacer pero que ya limpieza de apegos, para ir dejando hueco a todo lo nuevo que tiene que venir.

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