ayer en la plaza

Ayer estaba en la plaza, sentada en las escaleras que suben al ayunta. De repente, un señor se me acercó para decirme "menuda cara tienes, con lo alegre que eras cuando te conocí. Entonces tenías no sé qué en la expresión, pero desde luego no esta cara de enfado que tienes ahora". 

Y se fue.

Tan pancho como había llegado.

Y ahí me dejó, sin aire, pensando ostras, lo mismo se me ha agriado un poquito el carácter. Y este pensamiento ha estado ahí haciendo de las suyas y hace un rato, en la ducha, he pensado en escribir sobre ello. Y en vez del cuaderno, he cogido el ordenar.
 
Veamos, yo que tengo sangre de muchos lugares siempre he pensado que la que recorre la vena gallega es la más abundante. Con este montón de palabras quiero decir que alegría nunca he desbordado. Por supuesto me río, y tengo un estupendo sentido del humor y el depósito lleno de ironía. Y cuando surge, soy repayasa. Pero -qué le vamos a hacer- soy de alma melancólica y seria (ya lo dije el otro día) y lo de los dramas se me da estupendo.

O sea, que el primer punto de la frase tiene que ser que el buen hombre lo dijo para despistar. Que yo tenía la cara más alegre hace cuatro o cinco años... Lo dudo. Más delgada seguro, y más juvenil también. Lo mismo, irradiaba un poquito de ilusión. ¿Pero más alegre? Permítame, señor, que no lo comparta. Alegría no creo que haya perdido. Ilusión, mucha.

A lo mejor lo que mi cara refleja -además de mucho muchísimo cansancio- es una decepción formidable. Puede que el contraste más que alegría / enfado, sea ilusión / decepción. Ya digo, regado con un estupendo cansancio integral. 

Porque enfadada no estoy, y desde luego cuando te conocí -simpático señor- alegre tampoco estaba.

Durante los últimos meses he estado tentada en muchas ocasiones de despellejar aquí, públicamente, mis cuatro últimos años laborales, de enrabietarme a tope y contar aquellos primeros meses en los que tuve que esforzarme el triple que mis compañeros para demostrar que una es más que una cara mona (vale, monísima) o desmentir todas las patrañas y mentiras que se han lanzado a los cuatro vientos sobre mí. Pero al final, siento un hastío formidable por todo esto y me aseguro que es mucho mejor quedarme con toooooodas las cosas chulas de esta parte de mi vida y dejarme de tonterías de despellejes salvajes.

Y sí, puede que todo esto me haya convertido en una lucía agria. Es cierto que refunfuño millones, que estoy irascible, que ando con cuidado para que no se me rompa el corazón de cristal. Me cuestan cosas que antes me salían solas. Me agobian otras en las que antes ni siquiera pensaba. Pero no creo que la sonrisa haya desaparecido de mi cara. Lo que pasa es que le gusta jugar al escondite.


Comentarios

Unknown ha dicho que…
Ahora no puedo parar de comentar: yo también soy gallega. Curioso, no sabia o al menos no recordar que lo fueras. Y con todo lo demás...en fin...sí, parece que lo que narras es más común que lo que pensamos, ay!
PD: sigo leyendo...
Lucía. ha dicho que…
De un pueblín de Lugo por la rama paterna!

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