lugares que sí (I)

Un lugar que desde luego sí es el bosque de oma. El bosque y la verde inmensidad que lo rodea.

Yo que soy muy de verde y muy de mar disfruto a rabiar del norte. La cornisa cantábrica me hace feliz, como me hace feliz Inglaterra y -más allá- Escocia.

El bosque de oma es una idea sonrisa de Agustín Ibarrola. Un lugar al que se llega después de un paseo fenomenal por un sendero que cruza un bosque de cuento. Árboles de cuento, florecillas de cuento, frutos del bosque, olores de bosque, sonidos de bosque. Todo muy frondoso y todo muy mágico.

Y cuando piensas que eres feliz, zas, llegas a esos árboles pintados que son una alegría para los ojos y para la mente. Quieres hacer fotos, pero luego piensas que casi mejor no. Nada de lo que salga en el papel puede ni siquiera llegar a hacerte recordar las sensaciones tan especiales que se sienten allí, en medio de todo aquél misterio de colores.

Después del baño de felicidad, sigues el camino hacia el valle y de todas las cosas del mundo sólo se te ocurre que te quieres quedar a vivir allí, en alguno de esos solitarios caseríos en los que serías feliz cada mañana sólo con levantarte y mirar por la ventana.

En el camino hay ríos en los que meter los piececitos si el día lo pide, hay vacas y cabras, cuestas arriba y agradables cuestas hacia abajo, sombras de árboles y todas las flores del mundo.

Habiendo paseado por lugares así, los días que no son mucho menos no y cuando acechan los malos y los lunes, podemos cerrar los ojos y viajar a esos momentos en los que nos hemos sentido tan bien que sólo nos sale sonreír y ¿sabes qué, malo? me das igual.

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