hoy me ha dado por aquí

Tengo una cosa dentro que me atormenta desde hace un tiempo y tiene que ver con la condición humana.

Seguro que desde fuera yo soy mala malísima y hay quien piensa que todo lo que voy a escribir es aplicable a mí. Por supuesto, lo negaré hasta la tortura de la gota de agua porque yo me veo mona (of course) y sobre todas las cosas, buena.

En esta vorágine de vida y relaciones andáis  muy suspicaces. Me parece muy necesario frenar y empezar a mirar con ojos buenos a las personas que nos rodean, que al fin y al cabo no es que formen parte de nuestra vida, es que la van formando.

Esta mañana -por supuesto a propósito de un recuerdo- pensaba en estas cosas y en la importancia de la humanidad, de la sensibilidad en nuestras relaciones personales, y en lo poco común que resulta encontrar personas que muestren una pizca de estas dos cosillas tan importantes.
 
Sin embargo, cuántas veces somos espectadores de maldades, de chismes, de mentiras, de personas que se sienten superiores y por ello dotados del superpoder de despreciar a los demás, sin darse cuenta del gravísimo error que cometen. Todos somos personas. Todos somos especiales. Todos tenemos problemas. Todos necesitamos ayuda y a todos nos gustaría sonreír para siempre jamás.

Me pregunto qué es lo que resulta tan dificil, lo que complica ponerse en el lugar de los demás. Me pregunto por qué y en nombre de qué se hacen cosas tan raras como embarullar relaciones entre personas que se llevan bien, malmeter, hablar mal, criticar. ¿Celos? ¿Envidia? ¿Es tan terrible lo que se siente, se espachurra tanto el corazón porque pensemos que el de al lado tiene una vida perfecta? ¿De verdad es perfecta esa vida o necesitamos que lo sea para poder descargar la ira que nos embute?

En este sentido y como a todos, a mí me han pasado cosas raras, como aquella en la que una chica a la que apenas conocía (A) se fue con el cuento a otra chica a la que apenas conocía un poco más (B) de que yo era terrible y me dedicaba a ir hablando malamente de ella y de sus hijos y de no sé qué más a quien me quisiera escuchar. Recuerdo la sensación de impotencia que da  ese supalabracontralamía. Que no, que no, que yo no he dicho eso y la decisión final de alejarme de las dos, del lío y qué paz.

Para lo del desprecio sólo me cabe en la cabeza la superioridad de un ego bien defendido. Desde fuera se ve pedorrísimo, pero el que lleva el aura va tan estirado que debe pensar que además de estupendo, levita.

La verdad es que qué difícil hacemos todo, cuando podríamos dejarnos llevar por la intución, avivar lo que nos hace feliz, alejarnos de lo que no y en cualquiera de los casos acordarnos de eso de antes de que todos somos personas y tratarnos con un mínimo de humanidad. Y de educación, claro.

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