los grupos

Los grupos apestan.

Os lo podéis tomar bien o pensar que la afirmación es fruto de mi incapacidad manifiesta de pertenecer a uno. Las dos cosas valen.

Sé que contar esto me coloca en el pedestal de la rareza sin límites, pero me da igual. Es algo que llevo conmigo desde hace mucho mucho tiempo.

Desde pequeña me espantaban las pandillas. Yo he tenido grandes amigos individuales, los sigo teniendo, y seguramente me haya dejado grandes momentos en el camino por sentirme tan incómoda siendo adorable con gente que a mí plin.

Aún recuerdo con espanto aquellas salidas del cole de C, cuando los papis de sus compis organizaban quedadas súperchulis en el parque o ¡en mi casa!. Para que os hagáis una idea de hasta dónde llega mi manía, hablé con la profe de la pin para recogerla antes. Y eso hacía... llegaba a menos cuarto, con premeditación y mucha alevosía, y me iba a merendar al río con los pins en soledad y tal pascual.

Luego llegaron los papis de los compis de M y aquello acabó más o menos como el rosario de la aurora.

Lo que me resulta curioso es que mantengo una buenísima relación con las personas que conforman los grupos, aunque me supere o me abrume (que también) la relación conjunta.

Reconozco que en algunos momentos me he sentido cómoda. Hace poco escribía sobre compartir y lo hacía desde la experiencia de trabajar con y en un grupo. Vaya, acabo de descubrir que formar parte de un grupo que trabaja con un objetivo sí me vale. Estar por pasar el rato -se ve- es lo que no.

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