Comer o no comer... carne

Las convicciones que derivan hacia la decisión de prescindir de la carne en la alimentación son de dos tipos.

Por una parte, están todas aquéllas personas comprometidas con el medio ambiente, que consideran antinatural comer animales muertos y que además creen que los sistemas de producción cárnica perjudican gravemente el entorno. Por supuesto, resumiendo hasta el esquema toda una filosofía de vida.

Por otra, está la convicción alimenticia, la de los que creen que es más conveniente para el organismo una alimentación vegetariana, que intuyen los efectos devastadores de los antibióticos y las hormonas con las que se engorda artificialmente al ganado, que conocen la sobrecarga a la que el consumo de carne expone al hígado, etc.

Yo me englobo (nunca mejor dicho, si nos atenemos a mis proporciones de última generación) en el segundo grupo y defiendo cambios en la alimentación consistentes en el aumento en el consumo de frutas, verduras, legumbres y cereales.

Vale. No suelo comer carne y si la como lo hago en formato jamón, que es más fashion, pero no pasa nada. NO PASA NADA. De verdad que estoy bien alimentada, de verdad que no sufro, de verdad que es una opción voluntaria y creo que muy inteligente, ya que estamos.

Respeto a los carnívoros, no les pido justificación a cada bocado sanguinolento de solomillo de buey y me gustaría que la cosa fuera recíproca.

Lo mismo va quedando menos.

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