pequeños horrores cotidianos

Tranquilos todos. Voy limando aristas. De hecho, soy master del universo de lima de aristas. Aún así, mi regreso al mundo civil continúa regalándome pequeños horrores cotidianos, como la calle Núñez de Balboa, que atravieso con absoluta desesperación cada mañana en minutos que parecen horas, dando encima gracias al cielo por haber encontrado este atajo que me ahorra la locura de Serrano.

Y es que voy bien, voy divinamente, como Luis Escobar, hasta ese enfilar la calle con sus pasos de peatones, sus innumerables cesiones de paso, sus semáforos, un stop, algunos baches, varios aparcamientos, un hotel con -a veces- autobús medio en la acera, zonas de obras, empleados municipales regando jardineras, los que intentan aparcar, los que salen marcha atrás, los que nos saben a dónde van, los de las bicicletas, los de las motos, los que cargan y descargan, los que tiran del perrito porque se ha quedao parado en medio de la calzada.

La travesía mañanera por Núñez de Balboa me quita años de vida

No quiero ni pensar el día que llueva. Ni pensarlo quiero.

Otra movida cotidiana de última generación tiene que ver con la mierda del cambio del móvil. Vaya por delante que estoy en la prehistoria de las comunicaciones, que la tecnología me sirve pero no me interesa y que el único tiempo que tengo para dedicarle a esto es la vida que pasa en Núñez de Balboa por delante del parabrisas, siendo este un tiempo tecnológicamente inútil por los niveles extremos de desesperación y ansia a los que llego, que me nublan la razón.

Yo, de verdad, DE VERDAD, vivía divina con el fijo aquél de la pared con el cable en espiral lo suficientemente largo como para salir de la habitación, cerrar la puerta y hablar a medias de intimidad.

Mirad.

He cambiado de número y NO ALCANZO A ENTENDER POR QUÉ mis contactos no estaban asignados al teléfono ni a la tarjeta, sino AL CORREO ELECTRÓNICO del trabajo anterior. O sea. Es que no lo entiendo. Total, que al dar de baja el correo the very last day perdí TODOS LOS CONTACTOS de mi teléfono nuevo. Vale que me interesaban el 10% (¿os acordáis de la imagen aquella de Mr Bean y las peinetas?), pero ostras, es que ese 10% me interesaba de verdad (bueno, algunos van con idea de que parezca un accidente no tardando mucho, así entre nosotros). En fin, que ahora ando intentando recuperar teléfonos y contactos de personas molonas con las que no me relaciono a menudo lerelelé.

El tercer horror cotidiano es que he tenido que dejar mis clases de yoga. Echísimo de menos a mis alumnos y las clases y no me mola nada de nada este mes que llevo sin estirar ni un músculo. Espero con todas mis fuerzas encontrar mi nueva rutina y poder retomar aunque sea una de las clases o, en su defecto, retomarme a mí encima de mi esterilla bonita.

Luego están las cosas molonas, que empiezan a llegar, pero esas para otro día.

Feliz fin de semana,

L.

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