mis pequeñas revanchas


No me conoces y habrás pensado ‘de qué se ríe esta imbécil’. Y es solo que tu coche se ha quedado sin batería y a mí me ha hecho feliz.
Ayer pasé a las siete por delante de él, pequeño, rojo, aparcado en una plaza reservada para personas con movilidad reducida. Los warning en todo su esplendor.
Pasé de vuelta a las once y allí seguía tu coche igual de pequeño, igual de rojo y con las mismas luces iluminando intermitentes la noche.
Me debí acostar sobre la una. A través de las cortinas seguían llegando los destellos de las luces de tu coche.
Sé que debería darme igual, pero a mí estas cosas me enfurruñan. Un pueblo, sitio libre para aparcar infinito y tienes que hacerlo en el único hueco reservado. Pones las luces, eso sí, porque sabes que lo has hecho mal, pero eres la más lista.
Por supuesto te había olvidado cuando he salido de casa esta mañana, pero la vida me ha dado la pequeña satisfacción de pasar a tu lado, de que me miraras, de mirarte y no evitar reírme de ti y de tu coche sin batería.
Habrás pensado ‘de qué se ríe esta imbécil’. Pues me reía de ti, del capó levantado, del mecánico con las pinzas y de tu cara de fastidio. Me ha salido una sonrisa grande de deleite infinito por haber sido testigo de esta maravillosa justicia que te ha dado la vida.

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