minestrone

En Austin me dolía la garganta. Yo soy muy de dolor de garganta y me resultó altamente fastidioso llegar a Austin con el horror de ver las estrellas cada tres segundos. Sobre todo porque Austin en diciembre es como Madrid ahora. Ni frío, ni nieve ni ná.

Doloridísima como iba, unos metros antes del capitolio me hice una infusión de limón y miel en un seven eleven porque allí son tan molones que tienen autohazteinfusiones en cualquier tiendita. También me compré unos caramelos de esos que ayudan a pasar los malos tragos.

Proseguí la tarde con eso calentito que tomar y conseguí llegar medio tirando a la noche y a mi primera minestrone.

Cenamos al lado del hotel y entre lo de ser meatoff y tener la garganta al gusto del faquir más exigente opté por una sopa. Minestrone, os lo imagináis. Increíble opción.


No solo me reconfortó -cosa que también hizo más adelante y en Irlanda un irrepetible seafod chowder- sino que al día siguiente me desperté como nueva. Divina de la garganta y del ánimo. Sería la pimienta, serían las legumbres, sería la pasta, sería yo qué sé. El caso es que desde aquella, mi primera minestrone, me declaro fan rendida de esta sopa en cuestión.

Tanto, que la he replicado feliz desde Austin en múltiples variantes hasta el infinito y más allá. De hecho, la idea de escribir sobre ella es de ayer mismo. Me desperté de una siesta que más parecía agosto que mayo y entre qué hago ahora y qué no pensé ostras, pues una sopita no me vendría ni mal. Y me puse a ello. Por supuesto, minestrone.

Lo bueno de esta comida es que -con la base genérica de ajo, jengibre, cebolla, tomate, pimienta y pimiento- se hace con cualquier cosa que tengas a mano. ¿Judías verdes? pues judías verdes, ¿calabacín? pues calabacín, ¿espinacas? pues espinacas. En la de ayer puse un puñado de lentejas (requiere un poco de legumbre), pero con judías blancas está divina también. La pasta que echo es una que venden en el sector japonés de los supermercados. Una especie de noodles o pasta de wok. Por lo demás, no tiene mucho misterio. Y sienta maravillosamente bien.

Ahora que van llegando los veintisiete grados supongo que no tardaré en cambiar al salmorejo, que tampoco está ni mal.

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