silencio

Hace unos días uno de mis alumnos nos contó que había probado a beber un vaso de agua con toda la atención puesta en esa acción.

Estaba alucinado con la sensaciones que le produjo este acto tan sencillo. Sentir el vaso en los labios, el frescor del agua en la boca, percibir cómo pasaba por la garganta y bajaba por el cuello.

Hacemos todo de una forma tan automática que cuando nos tomamos unos segundos para apreciar lo que estamos viviendo nos sorprendemos bastante con lo que sentimos.

A mí me encanta lavarme los dientes con atención en lo que hago. Desde hace ya un tiempo (salvo en situaciones de prisa extrema o preocupaciones máximas) suelo aprovechar esta tontería de cepillarme los dientes para sentarme y concentrarme plenamente en lo que hago. Y lo hago porque un día lo hice y me encantó. Es un verdadero masaje y me relaja millones.

Y pensaba en todo esto porque hace un rato me he descubierto atenta a los sonidos que entran por la ventana. Estaba escribiendo, he parado, he apoyado la barbilla sobre la mano izquierda y me he dado cuenta de las golondrinas de fuera, de las voces, de los coches, de todas las cosas que están sucediendo a mi alrededor mientras escribo en ¿silencio?

El silencio no existe, como tampoco existe el tiempo.
Huyendo del sonido
eres sonido mismo,
espectro de armonía,
humo de grito y canto.

(Lorca)  

Huyendo del sonido eres sonido mismo.

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