on Nov 4th

Aunque el tiempo pasa tan rápido que parpadeo y casi es lunes, lo cierto es que tengo por delante un fin de semana en blanco, de nada. Cero planes, previsión de lluvia, felicidad de hijos en casa... Cosas de esas simples que me disfrazan de felizienta.

Vale que hay un par de cosillas discordantes -como el rato laboral de esta tarde- pero pienso regalar a este mal tiempo mi mejor cara y transformar el rollo potencial en un rato de sonrisas y, si puedo, de lectura.

Esta mañana he deambulado por primera vez por un nuevo rincón de manza, muy lleno de posibilidades y de historias, también de historias, sobre todo de historias.

Lo había visto -imaginad- millones de veces, pero ha sido hoy que se me ha abierto la puerta y, jo, no sé si será la lluvia o qué, pero me he enamoradísimo del espacio y de los colores del otoño, que se maridan tan bien con la piedra gris y el ladrillo ocre.

Si me leyera mi hermano me reprocharía el cursilismo máximo este que me supercontamina hoy, pero como no creo que lo haga y si lo hace me da igual, me despido a lo grande con uno de los mejores (y más preciosísimo) versos de la historia de la literatura, justo el que me habría gustado descubrir a mí. Es el comienzo de un poema impresionante que se titula Lluvia y se me antoja perfecto para inaugurar este noviembre que -entre nosotros- ha empezado tan rematadamente bien. Y es que...

La lluvia tiene un vago secreto de ternura

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