pinkeando


Terminé un libro hace poco y vi una serie ayer mismo, todo muy de chicas. Me gustan las cosas de chicas de vez en cuando. Disfruto un montón. Ni el libro ni la serie son buenos –a ver, no lo son para mí- pero me transportan al planeta de las miradas cursis. Teniendo en cuenta que yo tiro más a troll, el planeta éste me genera mucha curiosidad y bastantes risas.

Porque ¿de verdad es necesario un armario lleno de taconazos? Mis botas de montaña y yo tenemos serias dudas al respecto. Con un poco de razón en la mano, el objetivo último de los zapatos, los maquillajes, poner caritas y la existencia de las peluquerías es la reproducción, ¿no? Y ¿en serio tenemos que entaconarnos para tener hijos? Yo he tenido dos sin encomendarme a los high heels. Y si me tengo que subir a unos que sea porque me gustan, no para gustar, demonios.

Estas protagonistas obsesionadas con el amor ideal – que siempre adopta forma de (i) príncipe disney o (ii) leñador musculoso- resultan siempre monísimas y dulces y bastante serviciales. Su sumisión al guaperas, fornido y altísimo poseedor de una sonrisa imposible (en cualquiera de las dos formas adoptadas) es para comerse un cuenco de palomitas sin separar los ojos de la pantalla. Y sin entender –of course- de qué va la chica pastel, por supuesto súper liberada y cirujana de profesión –ya no nos creemos que somos menos que ellos, no vayamos a cagarla en el guión- cuando se arrebola porque el sonrisas la mira.

Todas estas casi cuarentañeras tienen súper amigas igual de bien maquilladas y pizpiretas a las que contar –intercambiando cajas de pañuelos y chocolates- sus inquietudes. Lloran muy delicadas y tienen pijamas quierounoigual a juego con unos calcetines calentitos que me vendrían muy bien, pero ¿quién pierde el tiempo comprando calcetines chulos para ponerse en casa una tarde de confidencias y helado de chocolate? O mejor aún, en una tarde de confidencias y revistas de moda y famosillos, que resulta que nuestras protas se pirran por buscar su estilo en fotos de fiestas a las que no van porque no pertenecen al clan de los dioses.

También todas conocen invariablemente a mujeres estética o intelectualmente desafortunadas que nos vienen bien a los espectadores como contrapunto a la insoportable levedad de la cirujana rubia, con ojos capaces de hacernos imaginar revoloteadoras mariposas cuando parpadean.

Y suelen tener alma de payaso (mira, ves, ahí compartimos algo) y se tropiezan con grandísima gracia y hacen muchas muecas y se caen de una silla con aspaviento de brazos y nos hacen sentirnos seres aburridos a los que nunca pasa nada.

Para un rato, bueno. Para la vida, me gusta más el romanticismo del XIX, con sus mares furiosos, sus protagonistas atormentados, la libertad, la revolución, la decadencia, su poesía, la creatividad y la rebeldía.

Nada que ver con la tontería que pretenden meternos en vena con libritos absurdos y pelis pichis.


Pinkear de vez en cuando hasta relaja, pero con sentido crítico, por favor.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Dí que sí, estamos en la dictadura del quiero gustar y ser popular, todo a primera vista, para lo que tengo que cuidar mi imagen (hasta aquí medio me vale) y sólo mi imagen(eso ya creo que es excesivo).

Y el que no pertenezca a la beatiful people, a galeras a remar. Mientras, las guapas, a consagrar su vida a buscar al príncipe azul, al que prometerán el amor eterno y a cambio ellos las llevarán en volandas a los mares del sur.

Me recuerda a un enlace que compartí en fesibuq hace poco. Te dejo el enlace.

http://www.diagonalperiodico.net/cuerpo/21548-occupylove-por-revolucion-afectos.html

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