ay

Una estupenda caída de culo es eso tan gracioso que le pasa a otro, pero tan doloroso cuando es una la que acaba con sus cuantos kilos sobre unas escaleras.

Mi última tuvo que mostrarse colosal, porque los pins -tan desinhibidos por infantiles- no lazaron ni el básico jaja inicial. Más bien corrieron a socorrer a una madre (poco maternal) que sólo acertaba a medio gruñir no-me-agobiéis-de-verdad-no-me-agobiéis.

Nos arrastramos hacia minisofá, por supuesto agobiada por sendos y preocupados pins, que cuando comprobaron que me enderezaba no sin esfuerzo se fueron a otracosamariposa. Y ahí, medio enderezada y con espantosos latidos culeros, me sentí (i) de lo más tonta y (ii) lienzo para el más oscuro cardenal (hay a quien le dije que me había salido un papa) ever!, cosa que efectivamente el tiempo ha confirmado.

Total, que ahora ando enseñando a diestro y siniestro esa obra de arte que algún Picasso de la naturaleza ha tenido a bien dibujar a la derecha de esa parte baja de la espalda en la que aún hay hueso.

Habiendo hueso duele. Así que ando sin gracia, pero con un aire intelectual que ya quisiera alguna de por aquí que yo me sé envidiosa.

Esto ocurrió ayer por la mañana y no sé por qué, se me ha ocurrido contarlo hoy aquí.

Será que definitivamente... he vuelto!

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