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Mostrando entradas de noviembre, 2009

Soy un desastre.

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Hace dos noches llegué a casa y cogí el libro. No sentí que fuera el momento de leerlo de nuevo, por lo que después de h/ojearlo lo dejé sobre la mesa, a mi izquierda. Enfrente, el pequeño ordenador (qué voy a contar de cofres de tesoros) y a su alrededor muchos libros, papeles, cuadernos, bolígrafos, dibujos, una servilleta de papel amarillo y una jarra de agua de cerámica, dibujada de Minori. Me quedé pensando en el escritor, puse un cd de Satie –no puedo negar mi pasado- y decidí buscar detalles de su vida que se me hubieran escapado (¿ cómo me organizaba antes de internet ?). No llegué a tanto. La primera entrada me llevó a la segunda y la tercera fue una columna de esas que escribía a diario. La leí y la siguiente y la siguiente y hasta las tres. Me impresionó lo que más sentirme en casa. Su lectura me arropó como la manta de cuadros con la que me cubro cuando leo acurrucada en el sillón. También me impresionó la actualidad de los temas. Apenas ha pasado tiempo, aunque en mi inter

violetas

Por esas cosas de la vida, hoy -casi siete siglos después- me he encontrado de nuevo con Mortal y rosa , probablemente el libro más bello de la literatura española. Y no sólo me he encontrado con él, sino con un millón de recuerdos de otra vida, de la vida en que fue. Quería haber escrito sobre el paseo de ayer (rastro incluido), o sobre un relatín que me está desquiciando, o sobre los (felices) últimos días de pompeya -d igo de trabajo- en fin, sobre mucho de todo, pero no llegaba el momento y ahora que está aquí no puedo aprovecharlo sin quedar a la altura mental del betún, qué paradoja.

Hoy

Estoy contenta, más o menos así http://www.youtube.com/watch?v=DPswnZolFGE&feature=related

Al final le mata...

Get down, get down, little Henry Lee And stay all night with me You won't find a girl in this damn world That will compare with me And the wind did howl and the wind did blow...

Me desespera

La relatividad del tiempo y las largas horas de espera. La tos que aún me queda. El tiempo, que parece quieto. La impaciencia de diciembre. El tiempo, que no quiere andar. Otra mañana sin desayuno. El tiempo, otra vez. La reunión del próximo miércoles. ¿Cuándo llega el treinta? Las caras largas. Un jefe. Una especie de cena que preparan. El tiempo, el tiempo, el tiempo. La ausencia de imaginación. Olvidar cuatro palabras. El humo del ascensor. La falta de interés. La apatía. La espera.

Recuperada, o casi.

Estoy de nuevo en la mesa negra de mi oficina gris. En plena última escena. Veo la meta ¡ya la veo! pero esta maldita cuesta me deja sin aire en los pulmones (recuerdo que llenos de neumonía). Tengo que parar para respirar. Me desespera la línea del horizonte. Parece que no se mueve, aunque sé que sí, que me acerco lentamente (peeerooooo muuuuyyy leeeentaaaaameeeeenteeeeeee). Ay, qué largo. Luego está lo de los libros. La enfermedad me ha regalado unos cuantos. Así, de impresión, me ha parecido La estrella de madera , un librito de relatos de Marcel Schwob. También he leido Una novelita lumpen , de Roberto Bolaño, La perla (Steinbeck) y Crónicas de motel (Sam Shepard). Ay, y uno que se titula Maldito karma que me ha parecido flojillo, aunque le reconozco la gracia (es de un escritor alemán que se llama David Safier). De música os dejo el enlace de un tema del que estoy prendada. http://www.youtube.com/watch?v=1ZsfpQP7SPw

La fiebre del fin del mundo

Se me acaba el mundo conocido y me levanto llena de fiebre, de celebración corporal de la catarsis, se ve. Aún ando algo desorientada, entre unas cortinas pendientes, océanos de lecturas de invierno o formidables futuros desayunos (inigualable el de hoy), y las infinitas horas de desasosiego que aún me quedan, por lo menos un millón, de aquí a san andrés. La impaciencia no me va nada bien y voy flotando entre la fiebre y la tensión sabiendo que cada día que pasa -esta vez sí- lo hace hacia un principio incierto, pero muy esperado.

La globalización y el membrillo

Empiezo por el membrillo, ya que lo tengo ahí cociendo desesperado en la olla de los caníbales. Aún no sabe que se va a convertir (yo tengo dudas, lo confieso) en un delicado dulce del que disfrutaré durante siglos, porque no lo sabéis, pero el jueves me regalaron 15 kilos de membrillo. QUINCE. Menos mal que venían con instrucciones. - Muchas gracias, qué amable. - Nada, nada mujer. Que los disfrutes, eso es lo que importa. Cerró feliz Conchi la puerta, con la evidente intención de olvidar que me dejaba sola, a unos cuantos escalones de la entrada de casa, con diez toneladas de malditos membrillos que -creo- se estaban riendo de mí (pobres, si hubieran intuido lo de la cazuela...). El jueves no pensé mucho en ellos. Bastante tuve con recuperar los higadillos, perjudicadísimos después de la subidaperurena. El viernes ya sí. Ocupaban media cocina, tal vez por eso tomé la decisión de cocerlos, cosa que dejé para ayer. Toda la tarde y cuatro ollas (una mía y tres prestadas) me llevó. Pero