turbulencias

Que te encante viajar y te aterrorice ir en avión es la mierdísima más grande del mundo. Os lo digo como es. Mierda. No soporto ir en avión, no soporto que se vaya acercando el momento, no soporto entrar, sentarme, el despegue, las nubes, las turbulencias, no soporto sobrevolar el mar, ni las montañas, no soporto aterrizar, el viento, los pájaros. Ir en avión me da un miedo infinito, pero como reconozco su utilidad hago de tripas corazón y paso el mal rato lo mejor que puedo: mal.

Reconozco que he perdido los nervios a bordo de un avión en más de una ocasión. Y que he echado hasta la primera papilla en otra. Reconozco que me maravillan las personas que se meten en un avión como en la panadería, tan pichis. A mí me supera. Yo sería feliz si pudiera viajar inconsciente de A a B, como el del equipo A.

De hecho, volviendo de NY conseguí cerrar los ojos muy fuerte después de la merienda y aunque solo medio dormité no los abrí hasta que estábamos como a una hora y media de aterrizar. O sea, que medio inconscienteé como cinco horas y qué felicidad, porque el último tramo se me hizo eterno. Qué turbulencias, qué meneos, qué descensos repentinos, qué montaña rusa y yo qué ansiedad. Mi pobre M (que sabe lo mío con los aviones), me cogía la mano fuerte y me decía naaada, tú tranquila que vamos bien. Y yo sí, sí, sin sangre corriendo por las venas y pensando que caerse al atlántico es el fin porque total, volando sobre tierra todavía hay opciones de aterrizar mal que bien en alguna carretera abandonada y que a ver si veo ya la costa y nos salvamos un poquito más y mil desasosiegos de ese estilo.

Me espanta montarme en un avión, pero como no tengo otro modo de hacer lo que más me gusta en el mundo (haber hay otros, pero este es el más práctico) me subo y paso el peor rato de mi vida y hasta la próxima que espero que no tarde en llegar.

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