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Mostrando entradas de abril, 2019

turbulencias

Que te encante viajar y te aterrorice ir en avión es la mierdísima más grande del mundo. Os lo digo como es. Mierda. No soporto ir en avión, no soporto que se vaya acercando el momento, no soporto entrar, sentarme, el despegue, las nubes, las turbulencias, no soporto sobrevolar el mar, ni las montañas, no soporto aterrizar, el viento, los pájaros. Ir en avión me da un miedo infinito, pero como reconozco su utilidad hago de tripas corazón y paso el mal rato lo mejor que puedo: mal. Reconozco que he perdido los nervios a bordo de un avión en más de una ocasión. Y que he echado hasta la primera papilla en otra. Reconozco que me maravillan las personas que se meten en un avión como en la panadería, tan pichis. A mí me supera. Yo sería feliz si pudiera viajar inconsciente de A a B, como el del equipo A. De hecho, volviendo de NY conseguí cerrar los ojos muy fuerte después de la merienda y aunque solo medio dormité no los abrí hasta que estábamos como a una hora y media de aterrizar

Nueva York es siempre una buena idea

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Mi bebé C cumple 18 en unos meses y como regalo especial de cumpleaños especial le organicé un viaje a NY. Por cosas de pasaportes, visados y sus propios planes de futuro, adelantamos el viaje a abril y ahora que ya estamos de nuevo en mi pequeño Madrid os cuento que ya estoy fantaseando con volver a USA.  Esta vez hemos paseado por Nueva York y Filadelfia y, como no podía ser de otra manera, nos hemos dejado tantísimas cosas por hacer, se nos ha quedado todo tan a medias, que ya estoy dando vueltas a cómo y cuándo volver a hacer otras cuantas. Y es que qué país. Siempre que voy vuelvo con ganísimas de más. Como CyM no habían estado antes en NY hemos recorrido todas las tipicadas y aunque yo he repetido, me alegro de haber tenido la ocasión de enseñárselas a ellos. He disfrutado millones subiendo al empir e y al top of the rock, paseando por Bryant Park (mi plaza preferidísima) y por la quinta avenida, montando en bici por central park, dejándonos caer por la catedral de

Y en abril...

El tiempo vuela y si no que se lo digan a dos mil diecinueve, a mi cabeza, cada vez más molona de canas, y al síndrome este del nido vacío que me roba la respiración cada vez que recuerdo que mis bebés caminan con paso firme y marcial hacia la mayoría de edad y el metro noventa, respectivamente. Ya no son miniyós. Ahora me sacan dos cabezas y -tampoco vamos a dramatizar- no me dejan que les peine ni que les ponga bien de colonia antes de salir de casa. Tampoco podría sin subirme a un algo. Ya no llego a sus cabezas, así que todo es de una pena sideral. De aquí a empezar a disminuir y a encorvarme me queda el tiempo de un suspiro. Se me ha ido el discurso por las ramas de la maternidad, que es algo que me ocurre últimamente por esta dependencia-de-mami que van dejando de tener, que yo quería escribir sobre dos mil diecinueve y este abril que ya está aquí. Así que volviendo al tema os confieso que meterme en un avión es el peaje que tengo que pagar para hacer lo que más me gusta