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la dolce vita

Llevo unos días de vacaciones navideñas.  Maravilla.  ... He pasado tantos años sin vacaciones como estas, vacaciones de verdad, de olvidarme de lo que pasa en el trabajo, que no recordaba la sensación de este dolce far niente . Y eso que estoy aprovechando el tiempo para pasear (mucho) y para estudiar (más) y me encantaría decir que para organizarme, pero me temo que soy caos y organizarme va cero patatero conmigo. Y mira que lo intento.  De momento me doy con un canto en los dientes si consigo enviar (en plazo, no hay otra opción), los dos trabajos que aún tengo pendientes. Uno está bien avanzado, el otro va. Hace unos días estuve en Venecia. Sé que siempre cuento la misma historia, pero Italia me enamora. Estuve en Venecia y ahora quiero revivirlo a costa de Donna Leon, así que entre unos libros y otros cuelo a Brunetti con la diligencia de una buena madre de familia. Y así paso los días: leo, paseo, planifico futuros viajes, estudio, preparo trabajos, me fijo objet

los viernes de L (vamos a intentarlo)

El mundo de los podcast me resulta practiquísimo y muy entretenido y no hay día sin su sesión de escucha selectiva de temas de mi interés, PERO a veces oigo cada cosa, que de verdad os lo digo, no sé hasta qué punto está bien dar voz a todo el mundo sin ton ni son. Grabadores de podcast, por favor, un poco de seriedad, de documentación, de no decir lo primero que os sale por la boca como si tuvierais 17 años y estuvierais de charla con amigos, sentados en un banco de la calle, una tarde fresquita de otoño con los cuellos de los abrigos subidos y las manos en el calorcito rico de los bolsillos. Da gusto escuchar programas de radio de profesionales en su versión seveneleven o incluso de aficionados entusiastas de los temas de los que hablan. Pero es una pena tanta morralla distorsionadora, con contenidos que podrían ser interesantes pero terminan siendo un voy-a-quitar-esto-que-me-estoy-poniendo-mala.  Hoy he tenido la poca suerte de uno de estos últimos. Y ahí lo he dejado

me he explicado fatal, lo siento.

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La ropa que me guste, que me valga y que tenga bolsillos, por favor. No pido más. Un par de buenos bolsillos son felicidad ropil. Los bolsillos son maravilla. En cualquier prenda. Soy feliz con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones. Si ya son de una falda o de un vestido ni os cuento, por excepcionales.  Los bolsillos son practiquísimos y comodísimos. Y sé que esto que voy a contar es raro, pero llevar las manos en los bolsillos me parece tan confortable que cuando no los tengo... qué digo, yo siempre con bolsillos. Los bolsillos grandes de los abrigos, los comunicantes de las sudaderas, los superútiles de los delantales y mandiles*, los traseros en los vaqueros, los laterales. Estoy pensando ahora mismo que es curioso que encantándome los bolsillos no me gusten los chalecos de explorador ni los pantalones esos multibolsillos, me temo que no tengo alma de cocodrilo dundee.

qué guay

Ayer fui a bailar a Rafa Pons. Si no sabéis quién es ya estáis buscándole en Spotify. Le sigo desde hace varios años y cada día me gusta más. Me gusta él, me gusta lo que escribe, me gusta cómo canta y me encanta lo bien que se lo pasa haciéndolo. La música en directo es magia y cuando ves a alguien que te mola -yo qué sé- los problemas desparecen durante un rato. Y sales sudando y cantando y con una sonrisa sideral.  Y esta no, que no es mi preferida, como todas, mola mil. https://youtu.be/LnqWFJWk1-4 L.

pequeños horrores cotidianos

Tranquilos todos. Voy limando aristas. De hecho, soy master del universo de lima de aristas. Aún así, mi regreso al mundo civil continúa regalándome pequeños horrores cotidianos, como la calle Núñez de Balboa, que atravieso con absoluta desesperación cada mañana en minutos que parecen horas, dando encima gracias al cielo por haber encontrado este atajo que me ahorra la locura de Serrano. Y es que voy bien, voy divinamente, como Luis Escobar, hasta ese enfilar la calle con sus pasos de peatones, sus innumerables cesiones de paso, sus semáforos, un stop, algunos baches, varios aparcamientos, un hotel con -a veces- autobús medio en la acera, zonas de obras, empleados municipales regando jardineras, los que intentan aparcar, los que salen marcha atrás, los que nos saben a dónde van, los de las bicicletas, los de las motos, los que cargan y descargan, los que tiran del perrito porque se ha quedao parado en medio de la calzada. La travesía mañanera por Núñez de Balboa me quita años

pero como no todo iba a ser regu

os cuento que me he colado en un club de lectura y estoy muy contentísima por tener la posibilidad de reunirme con las chicas una vez al mes para hablar de un libro y lo que surja. De momento los tres  que he leído me han encantado: La trenza , de Laetitia Colombani, Matar a un ruiseñor , de Harper Lee y 84 Charing cross Rd , de Helene Hanff. Ahora tengo que empezar Kokoro , de Natsume Soseki, pero creo que voy a esperar al fin de semana, porque tengo a medias Una educación , entre otras cosas, y vísteme despacio que tengo prisa o el que mucho abarca poco aprieta (¿esto existe?). De los tres libros que he leído (hay un cuarto que tengo en la pila de pendientes porque me incorporé al club un mes tarde, pero lo quiero leer) el más maravillosísimo SIN DUDARLO ni un segundo es Matar a un ruiseñor . Leedlo. De verdad. Leedlo porque es un libro espectacular. Es el típico "ya he visto la película" (a la sazón el peliculón) pero merece la pena leerlo aunque nos sepamos la pel

la vida

Adelanto que vengo de una semana de mierda sideral. Si no estáis dispuestos a leer mal humor ya podéis ir cambiando de historia. Acabo de cambiar de trabajo y el cambio de trabajo ha supuesto todo un tsunami en mi vida. Puedo decir que ha cambiado todas mis estructuras vitales y que ahora ando de voltereta en voltereta. Además de los cambios y de las volteretas y los atascazos a todas horas me siento totalmente frustrada porque siento que estoy haciendo algo que no quiero hacer. Yo quiero hacer otra cosa y he elegido esta opción por miedo a que lo otro me salga mal porque -entre nosotros- no puedo arriesgarme a no tener ingresos. Lo que viene a ser el sentido común frente a los sueños. Lo típico. Supongo que mi actitud está siendo bastante gris y ya sabemos que el gris solo trae tormentas y cada día es gris y las semanas se me hacen eternas y espero con desesperación que me cambie el chip y poder empezar a disfrutar de esta nueva etapa que, por otra parte, no está nada mal

viento del Este

Creo que Mary Poppins es una de mis historias favoritas y ahora que se están sucediendo mil cambios en mis días, me viene una y otra vez a la cabeza la cancioncilla con la que se anuncia su llegada.  "Viento del Este y niebla gris anuncian que viene lo que ha de venir. No me imagino qué va a suceder, mas lo que ahora pase ya pasó otra vez". Me encanta la imagen del viento anunciando los cambios que llevan consigo todos los comienzos. Y justo ahora que estoy comenzando de nuevo a los 45 pienso en el viento del Este y en todo lo que va a traer y en los nuevos caminos que estoy empezando a transitar. Ando llena de nostalgia por lo que ha terminado y de incertidumbre por lo que estoy emprendiendo. Parece que un día pararán, pero no, las volteretas que nos da la vida se suceden y te alborotan cuando menos te lo esperas. Y lo mejor es aceptarlas con amor y con ganas de seguir evolucionando, riendo y aprendiendo.  Que no sabemos lo que ha de venir, pero seguro q

en el Met

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Os voy a contar una sensación curiosa que tuve en algunas de las salas del Metropolitan, en Nueva York, y voy a ser breve. Es un museo enorme, tan enorme que tiene dentro, por ejemplo, un templo egipcio o un jardín japonés. Hay salas y salas y salas y paseando por ellas prácticamente puedes transportarte a cualquier lugar del mundo. Bien, pues como yo soy fan de la historia americana decidí dejar a un lado otras cosas y encaminarme hacia la zona que me interesaba. Que si una escultura de Lincoln por aquí, que si un busto de Franklin por allá (recomiendo encarecidamente su autobiografía), que si una reproducción de una casa por aquí, que si una pintura de Washington cruzando el Delaware por allá y así fui disfrutando del entorno hasta que llegué a unas salas llenas de cuadros y esculturas de vaqueros y de indios. Y lo que os quería contar es que me quedé estupefacta porque estas expresiones artísticas son totalmente ajenas a nuestra realidad. Por un momento pensé pero, p

turbulencias

Que te encante viajar y te aterrorice ir en avión es la mierdísima más grande del mundo. Os lo digo como es. Mierda. No soporto ir en avión, no soporto que se vaya acercando el momento, no soporto entrar, sentarme, el despegue, las nubes, las turbulencias, no soporto sobrevolar el mar, ni las montañas, no soporto aterrizar, el viento, los pájaros. Ir en avión me da un miedo infinito, pero como reconozco su utilidad hago de tripas corazón y paso el mal rato lo mejor que puedo: mal. Reconozco que he perdido los nervios a bordo de un avión en más de una ocasión. Y que he echado hasta la primera papilla en otra. Reconozco que me maravillan las personas que se meten en un avión como en la panadería, tan pichis. A mí me supera. Yo sería feliz si pudiera viajar inconsciente de A a B, como el del equipo A. De hecho, volviendo de NY conseguí cerrar los ojos muy fuerte después de la merienda y aunque solo medio dormité no los abrí hasta que estábamos como a una hora y media de aterrizar

Nueva York es siempre una buena idea

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Mi bebé C cumple 18 en unos meses y como regalo especial de cumpleaños especial le organicé un viaje a NY. Por cosas de pasaportes, visados y sus propios planes de futuro, adelantamos el viaje a abril y ahora que ya estamos de nuevo en mi pequeño Madrid os cuento que ya estoy fantaseando con volver a USA.  Esta vez hemos paseado por Nueva York y Filadelfia y, como no podía ser de otra manera, nos hemos dejado tantísimas cosas por hacer, se nos ha quedado todo tan a medias, que ya estoy dando vueltas a cómo y cuándo volver a hacer otras cuantas. Y es que qué país. Siempre que voy vuelvo con ganísimas de más. Como CyM no habían estado antes en NY hemos recorrido todas las tipicadas y aunque yo he repetido, me alegro de haber tenido la ocasión de enseñárselas a ellos. He disfrutado millones subiendo al empir e y al top of the rock, paseando por Bryant Park (mi plaza preferidísima) y por la quinta avenida, montando en bici por central park, dejándonos caer por la catedral de

Y en abril...

El tiempo vuela y si no que se lo digan a dos mil diecinueve, a mi cabeza, cada vez más molona de canas, y al síndrome este del nido vacío que me roba la respiración cada vez que recuerdo que mis bebés caminan con paso firme y marcial hacia la mayoría de edad y el metro noventa, respectivamente. Ya no son miniyós. Ahora me sacan dos cabezas y -tampoco vamos a dramatizar- no me dejan que les peine ni que les ponga bien de colonia antes de salir de casa. Tampoco podría sin subirme a un algo. Ya no llego a sus cabezas, así que todo es de una pena sideral. De aquí a empezar a disminuir y a encorvarme me queda el tiempo de un suspiro. Se me ha ido el discurso por las ramas de la maternidad, que es algo que me ocurre últimamente por esta dependencia-de-mami que van dejando de tener, que yo quería escribir sobre dos mil diecinueve y este abril que ya está aquí. Así que volviendo al tema os confieso que meterme en un avión es el peaje que tengo que pagar para hacer lo que más me gusta

Viva yo

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Será el buen tiempo, será que hay sol, serán los días molones, será el calor. Que pasado veo el mar, que me voy a tatuar un faro, que he vuelto a la obsesión de leer. Que tengo planes. Que se avecinan cambios. Será que cumplo años y cada año me gusto más. Será que me divierto. Será que lloro cuando toca llorar. Serán las risas. Será que me encanta comer. Será nadar. Serán los bailes. Serán mis pins, que son lo más y lo mejor. Será mi malísimo humor. Será mi sentido del humor. Será la hipersensibilidad. Serán las cosas que me gustan. Serán las que no. Serán las personas que me caen bien. Será alejarme de las que no soporto. Serán los libros. Serán los Kennedy. Serán las cosas que me toca empezar y las que voy a dejar por el camino. Serán las cosas que me han traído hasta aquí. Y las personas. Será la música. Será el chocolate. Serán los días que no toca madrugar. Serán las pamelas. Serán mis abuelos. Los cuatro. Será que me voy conociendo y molo mil y a veces cero. Serán las fotos de e

preparando un miniviaje

Esta semana se presenta, como poco, diferente. No sé si bien o mal. Los viajes en avión me espantan multiplicado por mil y eso es regu (no llega a mal) y los viajes de trabajo aunque son molones son estrés. Pero si todo sale bien conoceré Sofía y repasearé por la península de Halkidiki, en Grecia, que me resulta divinísimo, la verdad. Mucho mejor, dónde va a parar, que este estar en la oficina escuchando voces y voces que blablablá y ñiñiñí. Para esta vez me he pedido un buen paseo por Estagira. Jo, y si pudiera darme un baño en el mar ya sería la bomba, aunque me conformaré con una metida de pies. Me encantaría saber dibujar y llevar a mis viajes una libreta y pinturas y hacer dibujos de los rincones. Me imagino sentada en cualquier piedra dibujando, coloreando. ¿No os parece una ocupación bien romántica? A mí sí. Oye, lo mismo me animo y meto una caja de pinturas en la maleta, porque lo de las acuarelas va a ser mucho engañarme a mí misma. Venga, bah. ¿Quién dijo miedo?

un libro bah me ha traido hoy hasta aquí

El otro día me compré un libro de chicas porque pffff salía Nueva York y como Nueva York es casi ya en mi feliz vida viajera pues esas cosas. El libro de chicas bah, entretenido y tal, aunque podéis imaginar que no va para Pulitzer. Tremendas mayúsculas, folleteos varios, amiguísimas que lloran, tacones y chándales, viajes molones por mil porque es un libro de chicas pichis con trabajos divinos y dinero a mansalva. Dentro de las alocadísimas peripecias de la prota, se cuenta un reencuentro de esos de 30 años después, alocadísimo también, con las amigas del cole. Que si qué bien te veo, que si te has divorciado del guapo, que si qué haces, que si qué niños, que si qué bien que trabajes aquí, lo que viene a ser un reencuentro egebero estándar. Y al leerlo me encontré pensando en el que he vivido yo en febrero y en que había pensado contarlo por aquí y en que al final me dejo las cosas molonas y tengo este espacio más abandonado que la dieta de Depardieu. Y no me voy a poner

como si me diera igual

Molaría vivir como si me diera igual que esa mujer me mire mal por existir. Molaría vivir como si me diera igual que esa otra se piense que soy mas idiota que ella. Molaría vivir como si me diera igual sentir esta angustia dentro o como si me diera igual saltar al vacío. Molaría levantarme cada mañana como si me diera igual que ya no estés o como si no me importara esta casa desordenada. Molaría montarme en el coche y conducir como si me diera igual a dónde ir. Molaría nadar como si no me importara contar largos. Me gustaría pasear por Madrid de noche como si me diera igual el día siguiente. Me encantaría tomar decisiones como si me diera igual mi futuro y relacionarme con los demás como si me diera igual lo que piensen. Molaría bailar como si me diera igual que haya gente mirándome. Me encantaría hacerlo como si no me importara lo mucho que me duele, entre otras cosas, la cabeza. Me gustaría dormir como si me diera igual madrugar, asumir obligaciones como si me diera igua

pura magia

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  Me enteré de que se abría una nueva librería en Madrid e inmediatamente sentí el impulso de visitarla. No porque fuera una librería (que ya es un motivo en sí), no porque fuera pequeña (sin despreciar a las grandes superficies, lo que se vive en una librería pequeña es bien especial), no por las imágenes que vi de ella... Lo que me impulsó a buscarla fue su nombre: amapolas en octubre , tan maravillosamente atractivo como para plantarme allí el sábado. Estaba enseñando Madrid, mi ciudad, a tres amigas (una de aquí, otra de Italia y otra de Suiza) y -aunque no era el día porque teníamos planes por encima de nuestras posibilidades- bajando por Fuencarral pensé, qué demonios, y las engatusé para que me acompañaran va-a-ser-un-segundito a la calle Pelayo. Tenía tantas ganas de conocer la librería que estando tan cerca no me pude contener. Entramos y aún no sé qué me provocó un grandísimo ataque de locuacidad. Yo creo que sentí el lugar acogedor de inmediato.  Amapolas en oct

being pichi

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Hace unos meses estaba paseando por Bérgamo* con un par de amigas. Una de ellas, Anna, es italiana pero habla nuestro idioma con bastante fluidez así que, aunque a mí me mola darle vidilla a mi italiano, íbamos hablando en español. Para los que no me conocéis, cuando cojo confianza primero y carrerilla después, puedo conseguir hablar por encima de las posibilidades humanas y -no me había dado cuenta hasta entonces- parece que lo hago de forma muy expresiva, pero con bastante poco rigor. Uso muchas onomatopeyas, palabras inventadas, expresiones raras y acompaño el discurso con muchísimos gestos de la cara y de las manos. Soy una sopa de letras y me di cuenta cuando Anna en un momento determinado me preguntó, ¿qué es pin pan? , que es una expresión que utilizo millones chascando los dedos, además.

Tout les matins du monde

Salgo del coche, cojo la mochila y saco la tarjeta. Me coloco la mochila (bien, cada asa en el hombro que corresponde) y camino hacia la pisci. Buenos días, entro e involuntariamente miro la temperatura. Siempre es la misma. 30,5º en la piscina pequeña, 28º en la grande. El día que cambie me temblará un ojo. Unos cuantos pasos, empujo la puerta, entro en el vestuario y me dirijo al mismo sitio. Dejo la mochila sobre el banco. Me quito el abrigo y lo cuelgo en la misma taquilla (la última a la derecha en la fila de abajo). Abro la mochila y saco, por este orden, chanclas que coloco alineadas en el suelo, toalla, gafas, gorro y candado. Cierro la mochila y la vuelvo a abrir. Cojo el champú y lo dejo en el bolsillo delantero, a mano para cuando salga. Me quito los zapatos y los calcetines. Me pongo las chanclas sin pisar el suelo. Pongo los calcetines dentro de los zapatos en el orden en el que me los he quitado. Los coloco en la taquilla, debajo del abrigo. Me quito el pantalón y lo met

Tengo una amiga que

Conoce a una mala mujer.  Si pudiera, si supiera, la colocaría de protagonista sin desperdicio de un libro. Y recorrería todas las librerías vendiendo su (su) historia. La historia de una ignorancia sideral disfrazada de soberbia. La historia del despotismo paleto. La historia de la mujer que se vanagloriaba de haber contratado al "bonsái", el famoso ballet ruso. Así es su ignorancia. Solo comparable en magnitud a su maldad.  Imaginad. El libro sería sarcástico, irónico, bobalicón. Si supiera escribirlo lo haría y si fuera bruja lo convertiría con un golpe mágico de varita en el libro más leído del año. En España. En el mundo. Le encantaría ridiculizarla en todos los idiomas. Y no. Esto no la coloca a su nivel. Su maldad no es como la de la vieja bruja. Su maldad es de magia blanca, de bruja buena, de robinhooda de los bosques. La de la otra es asquerosa. Podéis imaginar que la bruja vieja de Mordor la tiene tomada con ella. Le lanza hechizos que esquiva

¡mandabasta!

Todos los años igual. Llega el invierno, aparecen las primeras mandarinas y se convierten en nuestros must del frutero. Me encantan. Compro todas las semanas. No nos quedamos sin.  Todos los años igual, entrado ya el invierno un compañero del trabajo trae cajas de milmillones de kilos de mandarinas de Castellón y me puede el ansia. Me encantan. Me hago con (afortunadamente voy aprendiendo) media caja. Nos salen por las orejas. Empezamos a cogerles manía. Hago bizcochos de mandarina como para una boda. Las exprimo. Las comemos. Las regalamos. Nos colocamos en el abismo de la sobredosis de mandarinas. Todos los años igual. Acabo angustiada de mandarinas y muchas de ellas terminan empochándose en el frutero en el que sus amigas más tempranas brillaban tan bonitas. Y así he empezado esta semana, preguntándome cómo es que vivo en este bucle infinito de mandarinas. Cómo cada año pienso que voy a poder con todas, que los bizcochos son divinos (la verdad es que ya me salen bien pr

¿madrugar para nadar?

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Me cuesta infinito madrugar. Definitivamente no es lo mío. Admiro a las personas que se levantan de un salto y empiezan cada mañana con energía suficiente para sonreír. Se levantan de un salto, contentas, se preparan súperdesayunos , se ponen música y van dando saltitos a la ducha. Ya sabéis, esas personas. Yo soy más de croquetear en la cama, taparme con el edredón, dormirme denuevoperomal , despertarme, darme cuenta de que es tarde por mil, caerme de la cama y arrastrarme hasta la ducha con el peso de mil días sobre la espalda. Mi actitud lamentable y agotada ante el nuevo día se agudiza hasta el infinito y más allá durante el invierno. Los días fríos son mi criptonita. Me debilitan. Si ya tengo poca energía cuando suena el despertatroz, en invierno llamadme sloth (el animal, no el Fratelli, aunque qué demonios, madrugando puedo ser los dos).

video killed the radio star

La tecnología y los bodrios han aplastado lo mío con los libros. Hace siglos que no abro uno detrás de otro. Los acumulo, no es que no siga enamorada de ellos. Los acumulo, pero la vida y la tecnología los convierten en pilas, pilares, columnas, montones. Puede que influya que las últimas lecturitas no me han interesando nada de nada de nada (con excepción de Five days in November , de Clint Hill, pero -entre nosotros- esto es más icónico-idílico-pop que otra cosa). Lo cierto es que hace tiempo que no leo algo que me quite el sueño y ahora el sueño va acompañado invariablemente de un podcast. Casi siempre de historia de América. A veces, de templarios y santos griales. Depende. El caso es que sentarme a leer concatenando libros es algo que no hago desde hace muuuuchos meses. Es curioso cómo alterno etapas. Y es curioso también que esta está durando más de lo normal. Ya no leo por la noche y he perdido la rutina. Debe ser eso. Lo de perder el hábito, digo. Por lo demás,