el destino en fiestas

No sé en qué dramático giro de los acontecimientos el destino me soltó en medio de un concierto de Camela. Jamás, JAMÁS, jamás en la vida hubiera yo -ya no imaginado- es que ni pensado que pudiera acabar en algo así. 

Vaya por delante el respeto máximo al grupo, a sus canciones, al molinillo del Dioni y a sus seguidores, pero no.


Me fui pronto. Duré dos hits. El destino me soltó en medio de una concierto de Camela, pero yo le burlé con el moonwalk y así, despacito y hacia atrás, me fui deslizando entre el gentío hasta sentarme en unas escaleras discretas y lejanas. Me fui pronto, pero me contaron que el cantante se quejó de que nunca les hubieran dado un grammy y reflexionó con un poquito de telodigoperonomelocreo sobre eso de que en fin tampoco los grammys son para tanto, que ellos prefieren el premio de un público molón.

También me contaron que fueron rancios con sus fans y que salieron del pueblo lanzándose por la puerta de atrás hacia la furgoneta que les esperaba, corriendo y tapados por su manager en previsión de unas turbas que creo que no existieron. En plan Freddie Mercury, pero sin ser él.

A mí Camela me parece un poco de gasolinera, de cassete, de cabras y casios. Me parecen viejunos. Me dan pereza.

Me pasa un poco como con el del último de la fila, con la diferencia de que de este me suena alguna canción. De Camela nada de nada. Conjunto vacío.

Sin embargo, Camela gusta. Ni os imagináis la cantidad de gente que se sabe sus canciones. Y ni os imagináis la edad de las personas que corean con entusiasmo los líos que se traen estos pimpinelas posmodernos... ¡menores de edad!

No tenía ni idea primero de que seguían cantando y mucho menos de que la gente joven (ya digo, menores de 18) les siguiera.

Estoy muy sorprendida, de verdad. 

Aguanté dos canciones y llevo desde ayer tarareando la segunda. A ver si pasan un par de días y me la sacudo de encima, porque con la tontería y las risas me he pasado el lunes muy

Escúchame. Compréndelo. Es imposible nuestro amor.

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