paseo

Contemplé tanto la belleza
que mi visión le pertenece
(Kavafis)


Llevo dando vueltas a estos versos desde el sábado por la tarde. Me vinieron a la cabeza -supongo que fruto de esas asociaciones de las que escribía hace poco- después de unas cuantas horas en el Thyssen.

No se me ocurre un plan mejor para un día sin prisas. 

La semana pasada, con el rollo de la gripe, invertí mucho tiempo en leer. Leí de todo. Cosas buenas, cosas regu y auténticas pérdidas de tiempo. Y de todo ese barullo saqué la conclusión de que apenas invierto en mí. No me dedico tiempo consciente, ni cuidados conscientes (más allá de los básicos), ni dinero ni nada de nada. Ando todo el día de un lado para otro, preocupada por las necesidades de los demás (sobre todo hijos) y dejando de lado las cosas que a mí me apetece hacer.

Cosas tan simples como un día sin prisas, sin quehaceres, sin obligaciones. Un día lleno de cosas que molan (a mí), como pasear tranquila por un museo.

Y así fue que en plena enfermedad decidí varias cosas, entre ellas, un nuevo paseo por el Thyssen.

Entiendo (o no) que para mucha gente los museos no son planazos. No lo son en absoluto. Para mí son aire. Pasear, disfrutar de lo que veo, darme cuenta de detalles que otras veces pasaron desapercibidos, volver sobre mis pasos para comparar éste con aquél. Sentarme delante de algo que me emociona (reconozco que puedo hasta llorar... que de hecho lo hago) y descansar mientras disfruto de la belleza de una composición, de unos colores, de una luz.

Me resulta muy sorprendente que esto no sea algo popular. Normalmente vamos a los museos o (i) en otros países, cuando estamos de viaje y toca o (ii) a eventos culturales masivos (aún recuerdo las filas interminables de la última de Dalí). 

De esto deduzco, que en general nos tomamos el arte con la ligereza de eso que llaman postureo. Mola decir que hemos estado en el Louvre o en la expo de El Bosco. Y ojo, que me parece estupendo. Cualquier tiempo invertido en arte es tiempo fructífero. 

Es solo que cuando cuento que he pasado un día en un museo, la reacción es siempre de sorpresa ¿y eso?, ¿para qué?, menudo rollo. Y me siento incomprendidísima y pienso que algo (¿sólo algo?) estamos haciendo remal.

No puede ser bueno que nos eduquen para producir. Que en nuestro desarrollo nos arrebaten los colores, el pensamiento, la crítica, la filosofía (esto es lo último), la cultura clásica. M tiene 11 años y en su horario dedican una hora a una asignatura que se llama empresa. ¡Empresa! Que no estaría mal si tuviera otra que se llamara arte, ja ja ja, o belleza de las cosas pequeñas.

¿Cómo vamos a apreciar una paseo viendo cuadros si nos arrebatamos cualquier atisbo de sensibilidad? Vale que ahí estamos los padres para compensar, pero eso es un poco triste porque no todos quieren.

Pero que tampoco quería yo escribir sobre todas estas historias, sino sobre la felicidad de mi sábado, sobre las maravillas que vi, sobre mi atacazo de tos y la amabilidad y ayuda de otros paseantes, sobre cómo me sorprenden siempre los cuadros (los recordaba más pequeños, más grandes) sobre las tres próximas citas de este otoño (El Bosco, Kandinsky y Munch), sobre los próximos paseos por el Prado y por el Reina Sofía (os digo que pasear por éste último me entusiasma millones), sobre poder compartir lo que he visto, sobre mi idea de hacer fotos y de las fotos, historias, sobre que quiero ir a Murnau. A pasear por la calle de la casa verde de mi cuadro preferidísimo (no os imagináis lo que me encantísima ponerme delante de él y admirarlo y mirarlo), sobre contemplar tanto la belleza que mi visión le pertenezca. Que es lo que me pasó el sábado, por si quedaban dudas.

Comentarios

Begoña T. ha dicho que…
Un gustazo leer estas reflexiones tuyas tan emotivas y francas.
Lucía. ha dicho que…
¡Muchas gracias!

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