lucía fontanera

Hace dos días puse la lavadora y se inició un drama de tuberías formidable. 

Oía el ruido de agua cayendo y hacía como que leía en el salón, pero en realidad me había convertido en bruja, pensando con maldad y sonrisa burlona en el vecino que se había dejado un grifo abierto. Intrigada por la insistencia del agua que no cesa, decidí ir a hacerme un té no fuera a ser yo la del grifo abierto y os-tras, mi cocina se había convertido en sede de los mundiales de natación.

Ay, el karma.


Se ve que la lavadora había desaguado por la pila y se ve que desagua mogollón y el agua había desbordado cualquier muro de contención y caía por toda la encimera hacia el suelo, que me río de Niagara y sus cataratas.

Con la torpeza que regalan estas situaciones tan imprevistas, que habitualmente le pasan a otros, me adentré en territorio desconocido para intentar salvar de la riada las cosas que amontono en el suelo de la cocina y ahí me di cuenta del horror de los reciclados. Un día voy a escribir sobre ello, y sobre echarnos gasolina y llevarnos la comida a la mesa en los restaurantes y autocobrarnos en los supermercados. Un día. No tardando mucho. I sware.

Total, que tengo la cocina llena de recipientes para reciclar. Papelescartones en esta bolsa (de papel, of course, tremendos daños materiales por este flanco), aceiteusado por aquí, cajacristales por allá.

Quise salvar todo con tanta intensidad que me metí en la piscina vestida. Vale que el agua solo me llegaba a los tobillos, pero ay las chanclas. Qué difícil es moverse con ellas empapadas y lo bien que flotaron cuando las abandoné a su suerte.

Vamos a ver. ¿Qué demonios haces cuando te pasa algo así? La primera idea fue lanzarme a por todas las toallas de la casa para intentar algo definitivo. Afortunadamente, la idea no fue a más y no cometí el errorazo fatal de encontrarme con la toallada de mi vida. ¿Qué hago? ¿Qué hago? Bombilla amarilla (luz tenue, la idea no da para más): la fregona. Esta mierda no vale para nada. El agua sigue desbordando. Tercera idea, meter el cubo en la pila para intentar sacar algo de allí y parar la catarata. No sé si fue una gran idea o una cacadevaca. Quiero pensar que fue el principio del fin, aunque me pasó lo de Arquímedes y el líquido que desaloja (nunca es tarde para apropiarse de conceptos físicos básicos).

Una vez liberada en parte la presión del agua, seguí trabajando en la idea ridícula -pero única- de achicarla a base de fregonazos. Y mira, poco a poco y con muchos pensamientos aniquiladores por-qué-remierdas-me-pasa-esto-a-mí conseguí cierto parecido entre el suelo que era y el que debería ser.

- Bueno Lucía, mereces desmayarte en una hamaca al solete del atardecer. Cinco minutos. Luego vuelves a la aventura de la lavadora perversa. 

Pensado y hecho. 

Pensado, hecho y vuelta a la cocina para comprobar con cara de mucha ansiedad que la lavadora había vuelto a desaguar y otra vez lo mismo, con el avance anterior de ir descalza y de no tener que salvar ya nada de muerte por ahogamiento.

Refregado y un amigo con alma de voluntario que dice que viene a echarme una mano, que al final fue más un no pasar por esto en soledad, porque después de desmontar todo el tinglado, el atasco o lo que fuera se localizaba detrás de la pared.

Todo esto con el angustiómetro del tic tac de las vacaciones de mañana llegando a máximos imposibles. Lavadoras que poner, lavavajillas que no puedo dejar llenos de platos sucillos, ¿y si esto es general y se vuelve a montar un sindiós y no hay nadie para afrontarlo? ¿alguien conoce a un fontanero? qué fontanero ni qué fontanero. Esto lo arreglo yo, que ya sé dónde está el problema y tampoco tiene que ser tan complicado. Ni se te ocurra pasar por aquí, Miau.

Y me metí en la cama con el propósito de arreglar el atascazo.

No voy a extenderme en el día que pasé ayer ni en la lucha titánica contra los elementos. Sólo os dejo tres cosillas para el recuerdo:

1. Lo arreglé y ya soy cinturón negro en atascos de tuberías. 

2. He cambiado mi aura de colores por los vapores alejiados de los torrentes de líquido desatascador que pasaron por mis manos. Me he cargado el aura, pero huelo mucho a limpio.

3. Ese momento de desesperación final en el que conseguí -ahí metida, cabreada y sudorosa en el cajón de debajo de la pila- que el cuarto bote de líquido traspasara la pared con una macguiverada que me inventé con una cuchara pequeña de comer yogures.

Ah, y la satisfacción de ver correr al final el agua y correr porque lo he arreglado, no por no haber montado bien todo el ensamblaje ése de tuberías, que también me pasó.

Mi drama de tuberías y ahora tengo la cocina más fregada de la historia de las cocinas. Y yo me siento tan pichi por haberlo solucionado sin perder la razón y además, entre nosotros, me lo he pasado rebien escribiendo esto y recordando la aventura.

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