el faro del silencio

No sé muy bien cómo fue que dejé de escribir sobre libros. Nada premeditado. Sólo pasó. Supongo que cada una de las entradas llevaba aparejado tanto trabajo que al final pudo el "para qué" y en mi cabeza se dibujó una idea estupendísima: escribir sólo sobre libros que me hayan enganchado millones.

Desde que empezó el año -como no podía ser de otra manera- han caído unos cuantos. Novela negra, novela rosa, novela lumpen, novela autobiográfica, novela gráfica, poesía siempre, algún ensayo, alguna biografía, libro tradicional, libro electrónico. Qué os voy a contar.

Que yo recuerde ahora mismo, desde que dejé los recuentos mensuales únicamente he escrito sobre Alma salvaje, de Cheryl Strayed. Por la historia y las imágenes. Esto no quiere decir que el resto de cosas que he leído no sean pichis, pero tienen en común la característica de no haberme emocionado más allá de pasar un buen rato y disfrutar de leer.


Y llega julio con sus cosas y un libro de esos en los que te descubres disfrutando no ya de la lectura, sino de la vida. La felicidad de desear abrirlo y seguir con la historia, de leer mientras andas, en casa, fuera de casa. Llevarlo siempre encima por si llegan cinco minutos de paz. Hacía tiempo que no me daba rabia quedarme frita por estar tan metida en una historia y que no abría el libro antes de abrir los ojos por la mañana para seguir.

Me temo que se nota. El faro del silencio me ha atrapado. Y por eso está hoy aquí.

Es una novela de suspense tan maravillosamente ambientada que en el primer capítulo te abre la puerta 

- Pasa, pasa, lectora. Adelante, sin miedo.

y la cierra sin ruido detrás de ti y te quedas felizmente atrapado en Pasaia y en la vida de Leire y sus compañeros de viaje.

Una vida de asesinatos en serie de los que nuestra prota es sospechosa, por lo que intenta zafarse de la acusación social -no hay pruebas físicas suficientes para inculparla- intentando dar por su cuenta con el culpable de las fechorías.

Aparte de la historia, que está perfectamente hilvanada -desde mi punto de vista- el libro está tan bien escrito que el lector se cuela en él y es un personaje más. He estado en la comisaría pensando que mi jefe es un inútil, he estado en el mercado flipando con la Felisa qué-mujer-más-mala-por-dios, he navegado con Iñaki, he lijado barcos y me he mirado las manos y he pensado que necesitan una buena capa de crema, he visto pasar las traineras sentada en uno de los bancos del camino que lleva al faro, me he colado en una casa rancia, he estado en una reunión de alcohólicos anónimos y en un barco de pesca, jodida porque veo a la guardia civil y a ver qué mierdas hago yo ahora con estos fardos de caballo. Por supuesto, he sido una firme activista en la defensa de los acantilados de Jaizkibel.

En fin, he vivido dos vidas mientras leía el libro. La mía, aquí, con los calores y sus cosas, y la otra, la de Pasaia, en la que hasta he disfrutado de la lluvia.

Y de vivir en un faro. 

Si la ambientación te sumerge en la historia desde el principio, la caracterización de los personajes no se queda atrás. Los ves, los conoces, algunos son tus amigos y a otros les dirías un par de cosas chungas. Unos te enamoran y otros, mejor lejos.

...

Me acabo de dar cuenta de que con el entusiasmo no he contado que el autor del libro es Ibon Martín, y que está editado en travel bug. 

Por lo que sé, además de guías de senderismo por Euskadi (tuve un par en las manos no hace mucho y tienen muy buena pinta) ha escrito otro libro, El valle sin nombre, ambientado en el País Vasco durante la Edad Media. Me haré con él porque éste es un escritor de los que me gustan e intuyo que voy a disfrutar mucho leyendo sus historias.

Así que leeré El valle sin nombre y los que vengan después, porque sinceramente espero que no deje de escribir.  

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