el campito

“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”
(Antonio Machado)

Anoche, mientras volvíamos a casa, me martilleaba este verso en la cabeza. Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla. Volvíamos a casa, muy la entrada la noche, desde El campito. Mi infancia son recuerdos de tardes de campito.

El campito es la casa de mis veranos. La casa de mis abuelos. La casa de la familia y de los amigos. También es casa en algunos días de otoño, tan llenos de chimenea. Me acabo de acordar de que cuando éramos peques nos hacían palomitas en la chimenea, en una sartén negra con tapadera.


Total, que ando engullida por el millón de imágenes de mi vida que me vienen a la cabeza. Me acuerdo jugando con mi hermano, haciendo barbaridades en la piscina, del verano en el que nació hermanapequeña, cuando hacíamos perfumes con pétalos de flores, los barros, el columpio verde que me regalaron en un cumple y que hemos utilizado todos en bucle de generaciones (ahí sigue, mi columpio), las mariposas y las luciérnagas que ya no hay, el huerto perfecto de mi abuelo con el sistema de riego más emocionante que he conocido, que me encantaba cosechar patatas, una canasta que hubo durante mucho tiempo, mi familia, toda la gente que pasaba por allí en aquellos veranos tan largos, la puerta grande siempre abierta gracias a dos piedras enormes de las que recuerdo perfectamente la forma y el color, el pánico de subir por la noche a encender la luz del farol, mi abuelo y su camisa de cuadros, mi abuela por las tardes trajinando al lado de una radio amarilla de forma imposible, el bullicio de los viernes, cuando llegaban los mayores de la semana de trabajo, la felicidad del lunes cuando todos se habían ido y teníamos todo el tiempo para nosotros. Acompañar a mis abuelos por la tardenoche en el paseo a la lechería, con una lecherita pequeña que me compraron para hacerme sentir súper mayor, las fiestazas que organizaban los mayores, los disfraces, Marta y Joaquín, Cristina y Adelaida, Gema y sus tres hermanos, Carlos y Jaime, Maite, Jose Mari, Javi y Natalia, Moncho y Alberto, Eduardo y Pablo, algunos de los hijos de Amancio, Esther, que era la hija de los dueños de las vacas. Madre mía, recuerdo cuando nos íbamos de excursión con una cantimplora y nos colábamos en las casas. Aquél “¿Habéis venido a ver a Minerva?” y nuestro “sí, sí, sí, claro” y ya dentro de la casa “¿Y ahora qué hacemos?”, los amigos de mis tíos, ver a mis cuatro abuelos juntos, el macizo de lilas que hacía un muro en un lateral de la piscina (y los millones de abejas que vivían allí), encender la fuente, las arañitas rojas que veía cuando salía de la piscina y me tumbaba al sol, las ciruelas, las almendras, las peras, las manzanas, la parra enorme, la higuera. Durante un tiempo también tuvimos melocotonero. El señor de los helados de corte, que aparecía de vez en cuando con su bocina y nos hacía salir corriendo a pararle hasta que llegaba mi abuelo y compraba las barras de helado y las galletas de barquillo. También pasaba el frutero y creo recordar que hasta un pescadero. Qué tiempos. Curar las picaduras de avispa de mi hermano con barro y una peseta, el verano en el que le atacaron las orugas, entrar en el garaje que era un planeta en sí mismo, mi abuelo haciendo bancos y cuchillos, mi abuela enseñándome a hacer punto, cuidar las flores, la ropa tendida al sol, la ilusión de ser muchos y tener que dormir en el salón, los baños piscineros por la noche y los baños piscineros en tardes de tormenta, uf, los vendavales de final de verano, el cambio de temperatura cuando llegaba septiembre, los abuelos que siempre salían a despedirse de nosotros cuando entrábamos en el coche para volver a Madrid. Jajajaja. Acabo de pensar en los bailes que tenían que echarse cuando el coche desaparecía en el horizonte y por fin conseguían un poco de paz. Mi hermano y yo teníamos que volverles locos.

En fin. Esto es un no parar. Me parece que me voy a sentar una tarde de éstas delante de un cuaderno y voy a apuntar todo lo que se me venga a la cabeza porque una cosa lleva a otra y lleva a otra y así hasta el infinito, me temo. Y me gustan estos recuerdos. Son muy azules y naranjas.

Y este embrollo cerebral porque ayer nos reunimos todos allí y pasamos una tarde tranquila. Y porque cuando arranqué el coche y miré hacia la izquierda pensé ostras, esta casa es mi infancia y mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla.    

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