manza

Manza es un pueblo esencialmente feo, pero tiene algunos rinconcitos especiales y tres grandes reclamos –castillo, embalse y parque- que lo catapultan al paraíso del turismo madrileño.

Ayer salí a tirar la basura y ya que estaba, y llovía, decidí un paseo muuuy solitario por el pueblín éste de marras en el que vivo. La lluvia, que todo lo dulcifica, y la soledad (ese regalo tan preciado desde que trabajo aquí) me hicieron disfrutar de cada pasito, de cada mirada, de cada sonido -podéis imaginar el río que canta- de cada sensación y cada gota sobre el chubasquero.

En medio del sinrumbo me descubrí admirando esos pequeños rincones de los que antes escribía, en los que el suelo aún es de piedra y la luz tenue. Llevaba el teléfono de llamar a los pins y se me ocurrió ir haciendo algunas fotos de los regalos del paseo. Éstas que veis son algunas. El camino del puente, la plaza de la iglesia, el castillo (cómo no). Hice también del embalse, pero la noche tiene sus cosas y no reflejan lo que yo veía. Otro día de otoño me subo a la pedri y hago unas cuantas de rincones naturales, lo más bonito de manza, qué queréis que os diga.

Vivir aquí mola por los pins. Yo, que he vivido siendo mami en todo el centro de Madrid, no lo cambio. Si no fuera por ellos, no sé qué deciros, yo creo que me volvería a chamberí o me iría definitivamente a algún pueblito pueblito de los que huelen a chimenea y de gentío están en 12. Si es posible, y puestos a pedir, con mar cerquita.

El caso es que de momento éste es mi centro de operaciones. Intentaré apreciar las cosas buenas que tiene (salir del cole y merendar en la orilla del río, por ejemplo, que es algo que me encanta) y pasar de puntillas por las que me gustan menos.

Aunque echo mucho de menos más bullicio vital y más pasar desapercibida, en Manza soy bastante feliz.

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