lugares que sí... La Acebeda

Pasaba por aquí para cambiar el libro de ahí arriba a la derecha y vamosquenosvamos me he quedado porque me apetecía un poco escribir. Se acerca el cambio a casa pequeña y ando con desasosiegos importantes. Tengo líos de fechas, articulillos laborales pendientes de sentarme un rato, comidas que no se hacen solas y en general un batiburrillo vital, que a ver si me instalo pronto y ya tal.

Y como el subconsciente es así, ando relajándome mentalmente en La Acebeda. El pueblo en el que desde hace yo no sé si mil años quiero tener una casita y -en largas temporadas- vivir.

Se esconde a ochenta kilómetros de Madrid por la carretera de Burgos, que me parece que es la N-1 (lo es) y por fin, no hace ni meses, paseé por él olisqueando el otoño, que ya llegaba.

Es un lugar que ha sido que sí durante todos los años que he deseado conocerlo y que sigue siendo que sí una vez paseado. 

En La Acebeda hay arroyos, bosques, casas de piedra y hadas. Hay caminos de arena. Hay mucho otoño. Y tiene que hacer un frío gris en invierno fenomenal. 

Resulta que en todos mis rumbo norte, al pasar por el kilómetro ochenta y el desvío al pueblecín, lo imaginaba y me decía para dentro mmm, tengo que ir a verlo. La semana que viene sin falta y la semana que viene se convirtió en diez años y cada rumbo norte la leyenda de pueblo mágico se hacía más grande en mi cabeza, tan grande que pasé del paseo a desear una casa en la que pasar mis largos días otoñales de escritora sin letras.

Y cuando por fin -ya os cuento, hace nada- llegó el día de tomar el desvío y ser feliz una tarde, el pueblo era justo como lo había imaginado: escondido, marrón, frío de temperatura y acogedor de olor a chimenea, pequeño, con hojas y ramitas que crujen en de otoño y ecos que dejan los animales. Todo muy evocador, muy reflexivo y formidable para cerrar los ojos hoy y tranquila, que puedes con todo. 

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